Cada uno dé como propuso en su corazón: no con tristeza, ni por necesidad, porque Dios ama al dador alegre. 2 Corintios 9:7.
Marcelo había terminado la educación media y ese verano antes de ingresar a la universidad decidió colportar. Como nunca lo había hecho, compartí con él algunos consejos y lo animé para que trabajara con tenacidad. Su temperamento, su conversación agradable y su buena presencia eran factores que le jugaban a favor, pero también sabía que la mejor de las ventajas era mantener una relación dinámica con Jesús.
Inició su primer verano de colportaje y tuvo cierto éxito al principio, pero al término del verano, una cantidad significativa de personas rechazó los pedidos de los libros y no se concretaron las ventas. Marcelo regresó con las manos semivacías, porque el trabajo de tres meses no había rendido lo que él esperaba.
En una charla que mantuvimos al término de la campaña, Marcelo estaba enojado con Dios y lo manifestó con sus palabras: "Capellán, cada día realicé mi culto personal leyendo la Biblia y orando, todos los sábados fui a la iglesia y siempre me porté como un buen cristiano. ¿Por qué entonces Dios no me ayudó en el colportaje?"
Sin darse cuenta, Marcelo había tratado de comerciar con Dios; y la vida espiritual no es un comercio, pues todo lo que hacemos en ella debe ser por amor. Su error había sido querer "comprar" a Dios con su devoción personal, yendo a la iglesia y "portándose bien"; y lo que pretendía con ese esfuerzo personal era que Dios le diera cuantiosas ventas y un verano de éxito.
El error de Marcelo de hacer lo que Dios pide por un interés personal es tan antiguo como la Biblia. Pablo lo había visto entre sus feligreses de Corinto y les enseñó que al compartir sus ofrendas con la iglesia no dieran "por necesidad". Dar de esta manera refleja un corazón egoísta, donde reina el espíritu de conveniencia, y en realidad no se tiene el deseo de alabar y honrar a Dios con esa ofrenda, sino que se la da como un "soborno" para luego recibir más.
A diferencia de esta motivación egoísta al ofrendar, Pablo enfatizó que "Dios ama al dador alegre". Toda persona sincera que comparte sus bienes con el Señor y su iglesia, recibirá de las bendiciones celestiales; pero ese Dios que lee los pensamientos y el corazón, no desea que sus hijos den con tristeza o por conveniencia, sino que compartan sus recursos sin esperar nada a cambio, simplemente porque poseen una vida santificada por su Espíritu.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel
Marcelo había terminado la educación media y ese verano antes de ingresar a la universidad decidió colportar. Como nunca lo había hecho, compartí con él algunos consejos y lo animé para que trabajara con tenacidad. Su temperamento, su conversación agradable y su buena presencia eran factores que le jugaban a favor, pero también sabía que la mejor de las ventajas era mantener una relación dinámica con Jesús.
Inició su primer verano de colportaje y tuvo cierto éxito al principio, pero al término del verano, una cantidad significativa de personas rechazó los pedidos de los libros y no se concretaron las ventas. Marcelo regresó con las manos semivacías, porque el trabajo de tres meses no había rendido lo que él esperaba.
En una charla que mantuvimos al término de la campaña, Marcelo estaba enojado con Dios y lo manifestó con sus palabras: "Capellán, cada día realicé mi culto personal leyendo la Biblia y orando, todos los sábados fui a la iglesia y siempre me porté como un buen cristiano. ¿Por qué entonces Dios no me ayudó en el colportaje?"
Sin darse cuenta, Marcelo había tratado de comerciar con Dios; y la vida espiritual no es un comercio, pues todo lo que hacemos en ella debe ser por amor. Su error había sido querer "comprar" a Dios con su devoción personal, yendo a la iglesia y "portándose bien"; y lo que pretendía con ese esfuerzo personal era que Dios le diera cuantiosas ventas y un verano de éxito.
El error de Marcelo de hacer lo que Dios pide por un interés personal es tan antiguo como la Biblia. Pablo lo había visto entre sus feligreses de Corinto y les enseñó que al compartir sus ofrendas con la iglesia no dieran "por necesidad". Dar de esta manera refleja un corazón egoísta, donde reina el espíritu de conveniencia, y en realidad no se tiene el deseo de alabar y honrar a Dios con esa ofrenda, sino que se la da como un "soborno" para luego recibir más.
A diferencia de esta motivación egoísta al ofrendar, Pablo enfatizó que "Dios ama al dador alegre". Toda persona sincera que comparte sus bienes con el Señor y su iglesia, recibirá de las bendiciones celestiales; pero ese Dios que lee los pensamientos y el corazón, no desea que sus hijos den con tristeza o por conveniencia, sino que compartan sus recursos sin esperar nada a cambio, simplemente porque poseen una vida santificada por su Espíritu.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel
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