Antes de que en este mundo hubiera vida, cuando "la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo", el "Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas" (Gen. 1:2). El Espíritu Santo es una de las personas divinas más enigmáticas, discutidas y estudiadas en las Escrituras. Grandes debates teológicos han intentado esclarecer los silencios de la Biblia y los misterios sobre lo que está escrito. Pero más allá de lo que se haya querido develar, hoy veremos algunos aspectos del Espíritu de Dios que están claramente revelados.
En el Antiguo Testamento se hace mención de él, pero no se lo identifica como una persona divina diferente al Padre y al Hijo. Se nos dice que por el Espíritu la tierra es recreada y sostenida (Sal. 104:30), que está en todo lugar y es imposible huir de su presencia (Sal. 139:7), y que da la habilidad y los talentos necesarios para que los hombres realizaran una labor para Dios (Exo. 31:2, 3). Joel presenta una profecía sorprendente, y declara como si Dios mismo escribiera su libro: "Derramaré mi Espíritu sobre toda carne, y profetizarán vuestros hijos y vuestras hijas; vuestros ancianos soñarán sueños, y vuestros jóvenes verán visiones. Y también sobre los siervos y sobre las siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días" (Joel 2:28, 29).
Esta predicción vio parte de su cumplimiento en los días de los apóstoles, específicamente en el Pentecostés. Pedro, recordando esta notable profecía, inició una predicación ante miles de judíos y como resultado se bautizaron tres mil personas (Hech. 2). De esta manera, el Espíritu Santo dirigió la obra en tiempos del Nuevo Testamento, a tal punto, que al finalizar el primer siglo de nuestra era había aproximadamente unos seis millones de cristianos en el mundo.
Con respecto a lo dicho por Joel, Elena de White dice: "Esta profecía se cumplió parcialmente con el derramamiento del Espíritu Santo, el día de Pentecostés; pero alcanzará su cumplimiento completo en las manifestaciones de la gracia divina que han de acompañar la obra final del evangelio" (El conflicto de los siglos, p. 12). ¡Te das cuenta que tú y yo podemos ser los protagonistas de ese derramamiento sublime del Espíritu divino! Ese Espíritu que hizo maravillas entre los apóstoles, las volverá a hacer si estamos dispuestos a ser conducidos por él.
Tomado de meditaciones matinales para jóvenes
Encuentros con Jesús
Por David Brizuel
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