Rasgad vuestro corazón y no vuestros vestidos, y convertíos a Jehová, vuestro Dios. (Joel 2:13).
Entre los israelitas era costumbre rasgar las vestiduras para expresar un gran dolor. Mardoqueo rasgó su ropa para mostrar su profundo dolor por el empeño de Aman en destruir a todos los judíos que había en el reinado de Asuero. Por otra parte leemos también en la Biblia que el sumo sacerdote Caifás rasgó sus vestiduras (ver Mat. 26: 65) manifestando indignación ante Jesús, porque decía ser el Hijo de Dios.
¿Cómo es posible que dos hechos tan distintos provocaran la misma reacción? Mardoqueo exteriorizaba el profundo dolor de su corazón, mientras que Caifás revelaba odio, envidia, celos y una falsa religiosidad. Mardoqueo no solo lloraba por el edicto que ponía en peligro la supervivencia de su pueblo, sino también porque las consecuencias del castigo eran justas, ya que Israel no había cumplido su misión. El verdadero dolor de su corazón se debía al hecho de que él, como parte del pueblo, había desechado al Dios de sus padres. La angustia de saberse castigados por Dios fue lo que produjo un verdadero arrepentimiento en el pueblo. Por su parte, Caitas es el vivo ejemplo de aquellos que presentan una fachada de religiosidad, impecabilidad y perfección, pero que se hallan lejos de la fuente de todo don perfecto.
Al Muro de las Lamentaciones llegan constantemente personas de todo el mundo para orar, pero por muchos mensajes que recojan sus piedras, por muchas lágrimas que limpien su empolvada superficie, este muro no puede cambiar el destino humano. Solo el verdadero arrepentimiento, el que es nacido de un corazón que llora ante el sufrimiento de Dios por nuestros actos, solo un corazón rasgado y limpio de orgullo, puede hallar gracia delante de Dios.
El texto de hoy termina diciendo: «Porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo». Tenemos un Dios que no se complace en el castigo, sino que, como buen padre, lo utiliza para atraer a sus hijos al arrepentimiento y a la salvación. No rehúses la corrección divina, allí está tu muro de lamentaciones, allí está tu salvación.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
Entre los israelitas era costumbre rasgar las vestiduras para expresar un gran dolor. Mardoqueo rasgó su ropa para mostrar su profundo dolor por el empeño de Aman en destruir a todos los judíos que había en el reinado de Asuero. Por otra parte leemos también en la Biblia que el sumo sacerdote Caifás rasgó sus vestiduras (ver Mat. 26: 65) manifestando indignación ante Jesús, porque decía ser el Hijo de Dios.
¿Cómo es posible que dos hechos tan distintos provocaran la misma reacción? Mardoqueo exteriorizaba el profundo dolor de su corazón, mientras que Caifás revelaba odio, envidia, celos y una falsa religiosidad. Mardoqueo no solo lloraba por el edicto que ponía en peligro la supervivencia de su pueblo, sino también porque las consecuencias del castigo eran justas, ya que Israel no había cumplido su misión. El verdadero dolor de su corazón se debía al hecho de que él, como parte del pueblo, había desechado al Dios de sus padres. La angustia de saberse castigados por Dios fue lo que produjo un verdadero arrepentimiento en el pueblo. Por su parte, Caitas es el vivo ejemplo de aquellos que presentan una fachada de religiosidad, impecabilidad y perfección, pero que se hallan lejos de la fuente de todo don perfecto.
Al Muro de las Lamentaciones llegan constantemente personas de todo el mundo para orar, pero por muchos mensajes que recojan sus piedras, por muchas lágrimas que limpien su empolvada superficie, este muro no puede cambiar el destino humano. Solo el verdadero arrepentimiento, el que es nacido de un corazón que llora ante el sufrimiento de Dios por nuestros actos, solo un corazón rasgado y limpio de orgullo, puede hallar gracia delante de Dios.
El texto de hoy termina diciendo: «Porque es misericordioso y clemente, tardo para la ira y grande en misericordia, y se duele del castigo». Tenemos un Dios que no se complace en el castigo, sino que, como buen padre, lo utiliza para atraer a sus hijos al arrepentimiento y a la salvación. No rehúses la corrección divina, allí está tu muro de lamentaciones, allí está tu salvación.
Tomado de meditaciones matutinas para mujeres
De la Mano del Señor
Por Ruth Herrera
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