Y dijeron: ¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros? Y lo oyó Jehová. Números 12:2.
Sucedió en el desierto. De repente, sin motivo, los hermanos de Moisés se sintieron postergados, olvidados, relegados a un segundo plano, y dieron lugar a la envidia en su corazón. La envidia es terrible: es propio de la naturaleza humana, y todos, de una u otra forma, la llevamos dentro. Algunos, incluso, por doloroso que suene, corremos el riesgo de llevarla bastante afuera.
Allá, en el desierto, el Señor reprobó la actitud de Aarón y de Miriam. Ella quedó leprosa y, si no fuese por la intercesión de Moisés, tal vez habría muerto. ¿Cuál fue la disculpa de ellos, para anidar a la envidia en su corazón? La importancia que el pueblo le daba a Moisés: ¿Por qué solo a él? ¿Por qué no también a nosotros?
Ellos tenían su lugar: Miriam era la directora del coro de Israel, además de coordinar las actividades de las damas; Aarón era el sumo sacerdote. ¿No podrían haber desarrollado sus respectivos trabajos sin fijarse en el trabajo del hermano? Podrían haberlo hecho, sin duda, pero el problema de la envida es justamente ese: el envidioso vive enojado con todos, por sentirse inferior; y las otras personas ni siquiera advierten su presencia. Él deambula entre la gente, fijándose en lo que los otros tienen y él no tiene, en lo que ellos hacen y él no puede hacer. La vida pasa, y no se da cuenta de que ese sentimiento es, precisamente, el que lo hace cada vez más pequeño e insignificante.
Dios te confió algún don; trabaja con él para gloria del Señor. No mires los dones que Dios confió a los demás; en este mundo, hay un trabajo que solo tú puedes hacer, porque nadie más es igual a ti.
Tienes un nuevo día delante de ti. Sé feliz, haciendo el trabajo que sabes y puedes hacer; a fin de cuentas, este mundo es como un inmenso cuerpo, en el cual cada miembro es importante y en el que existe una misión para cada uno.
No pierdas el tiempo, queriendo hacer el trabajo de otro solo porque te parece bonito, encantador o más interesante. Si crees que nadie nota tu trabajo, sigue adelante. No esperes que tu satisfacción nazca del reconocimiento ajeno, sino del deber cumplido. Y recuerda que, un día, Aarón y Miriam dijeron: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
Sucedió en el desierto. De repente, sin motivo, los hermanos de Moisés se sintieron postergados, olvidados, relegados a un segundo plano, y dieron lugar a la envidia en su corazón. La envidia es terrible: es propio de la naturaleza humana, y todos, de una u otra forma, la llevamos dentro. Algunos, incluso, por doloroso que suene, corremos el riesgo de llevarla bastante afuera.
Allá, en el desierto, el Señor reprobó la actitud de Aarón y de Miriam. Ella quedó leprosa y, si no fuese por la intercesión de Moisés, tal vez habría muerto. ¿Cuál fue la disculpa de ellos, para anidar a la envidia en su corazón? La importancia que el pueblo le daba a Moisés: ¿Por qué solo a él? ¿Por qué no también a nosotros?
Ellos tenían su lugar: Miriam era la directora del coro de Israel, además de coordinar las actividades de las damas; Aarón era el sumo sacerdote. ¿No podrían haber desarrollado sus respectivos trabajos sin fijarse en el trabajo del hermano? Podrían haberlo hecho, sin duda, pero el problema de la envida es justamente ese: el envidioso vive enojado con todos, por sentirse inferior; y las otras personas ni siquiera advierten su presencia. Él deambula entre la gente, fijándose en lo que los otros tienen y él no tiene, en lo que ellos hacen y él no puede hacer. La vida pasa, y no se da cuenta de que ese sentimiento es, precisamente, el que lo hace cada vez más pequeño e insignificante.
Dios te confió algún don; trabaja con él para gloria del Señor. No mires los dones que Dios confió a los demás; en este mundo, hay un trabajo que solo tú puedes hacer, porque nadie más es igual a ti.
Tienes un nuevo día delante de ti. Sé feliz, haciendo el trabajo que sabes y puedes hacer; a fin de cuentas, este mundo es como un inmenso cuerpo, en el cual cada miembro es importante y en el que existe una misión para cada uno.
No pierdas el tiempo, queriendo hacer el trabajo de otro solo porque te parece bonito, encantador o más interesante. Si crees que nadie nota tu trabajo, sigue adelante. No esperes que tu satisfacción nazca del reconocimiento ajeno, sino del deber cumplido. Y recuerda que, un día, Aarón y Miriam dijeron: "¿Solamente por Moisés ha hablado Jehová? ¿No ha hablado también por nosotros?"
Tomado de meditaciones matinales para adultos
Plenitud en Cristo
Por Alejandro Bullón
No hay comentarios:
Publicar un comentario