Mi Dios los desechará porque ellos no lo oyeron, y andarán errantes entre las naciones. (Oseas 9:17).
Hace algunos meses sufrí una infección de oídos que me impedía oír bién. Al leer el versículo de hoy he pensado que muchas veces el pueblo de Dios también ha sufrido de algún trastorno de los oídos.
El Señor nos habla una y otra vez en forma paciente. Sin embargo seguimos prestando oídos sordos a sus palabras y no escuchamos su voz. Dios desecha a quienes no lo escuchan, aunque él no abandona a nadie, a menos que sea uno quien lo abandone a él para seguir sus propios caminos.
A lo largo de la historia encontramos que muchas personas desoyeron las amonestaciones divinas. Si comenzamos por Adán y Eva comprobaremos que algunos personajes cedieron ante las costumbres del mundo que los rodeaba, dejando de escuchar la voz de Dios.
Salomón fue un rey que recibió de Dios la sabiduría que había pedido, así como riquezas y honores. Sin embargo, se llenó de orgullo para luego ceder a las tentaciones que llegan de la mano de la prosperidad económica. Cerró sus oídos a las amonestaciones del Señor y se entregó a los placeres del mundo, olvidándose de Dios por algún tiempo. (ver 1 Rey. 11:1-8).
El rey Ezequías fue un fiel siervo de Dios que en cierto momento sufrió una grave enfermedad. Tras orar, el Señor le concedió quince años más de vida. Pero su corazón se llenó de vanidad. Dios envió a varios mensajeros desde Babilonia para que escucharan el testimonio de su milagrosa curación, sin embargo, Ezequías únicamente les enseñó sus posesiones, sin mencionar lo que Dios había hecho por él. (Ver 1 Rey 18-20).
Estas experiencias sirven de advertencia para nosotras, que muchas veces cerramos nuestros oídos para no escuchar al Señor. Satanás sabe lo que debe hacer para que caigamos en sus engaños y para que dejemos de cumplir la voluntad de Dios. Procuremos no caer en las trampas del maligno, evitando que nos cieguen y ensordezcan las cosas materiales que hay a nuestro alrededor. Pongamos nuestros ojos en Cristo. Abramos nuestros oídos y nuestros corazones a sus divinas enseñanzas y sigamos el camino que él nos ha trazado mediante su muerte en la cruz.
Hermana, la decisión es nuestra. Sin embargo, yo haré mías las palabras de Josué: «Yo y mi casa seguiremos a Jehová»
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Por Rosita Val
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