En este mundo todo tiene su hora. Eclesiastés 3:1.
Cuando Carlos Robertson, por entonces un joven de 19 años, salió de su casa esa mañana, no imaginó que antes de finalizar el día sería un reo de la justicia. Simplemente se dirigió a un banco con la intención de pedir un préstamo. Lo que ocurrió luego, ni él mismo lo podría haber imaginado.
Cuando llegó al banco, llenó una planilla de datos personales y se fue. Pero después de abandonar la entidad bancaria, cambió de parecer. ¿Por qué tenía que esperar?. Entonces decidió conseguir el dinero rápidamente. Buscó una pistola y regresó al banco. Le entregó al cajero una nota en la que le decía que entregara el dinero. En cuestión de minutos, Carlos salía del lugar con el dinero que necesitaba, y tal como lo quería: rápido.
No había llegado muy lejos cuando se acordó de que había olvidado el papel que usó para el robo. Ahí estaban sus huellas. Regresó al banco, lo arrebató de manos del cajero y salió disparado. ¡Pero entonces dejó las llaves del automóvil en el mostrador, frente al cajero! Sin tiempo para buscarlas, entró al baño de un restaurante. Removió una lámina del cielo raso y escondió el dinero y la pistola.
Cuando al fin llegó al apartamento, lo estaba esperando el amigo que le había prestado el automóvil. —Necesito el auto.
—Tu auto...—respondió Carlos, mientras pensaba qué decir—. ¡Me lo robaron! Entonces el amigo, que nada sabía del robo, llamó a la policía. Ya puedes imaginar el resto de la historia.
Entiendo que este es el relato ideal para ilustrar el colmo de la estupidez, pero también es apropiado para ilustrar un mal moderno: Nos cuesta mucho esperar. Hoy día todo es rápido: comida rápida, información rápida y noviazgos rápidos. De manera que no está de más recordar hoy la importancia que tiene en la vida saber esperar.
Piensa por un momento en las cosas más valiosas que tiene la vida y descubrirás que muchas de ellas necesitan de tiempo, de un proceso de maduración: el cultivo de buenos hábitos, el desarrollo del carácter, las amistades perdurables, la preparación profesional. Todas requieren de tiempo. Es el esfuerzo perseverante, día tras día, año tras año, junto con la bendición de Dios, lo que nos pone en posesión de esos tesoros. No nos adelantemos (¡pero tampoco nos atrasemos!).
Señor, ayúdame a saber esperar y también a perseverar.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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