Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el como el carmesí vendrán a ser como blanca lana (Isaías 1: 18).
Todas nosotras mantenemos una lucha constante contra las manchas; utilizamos cualquier producto que esté a nuestro alcance con el fin de eliminarlas. Existe un producto que está al alcance de todos y que en ocasiones puede ser de gran utilidad: el vinagre. Siempre me ha llamado la atención los usos que tiene. Uno de ellos tiene que ver precisamente con la limpieza, pues purifica a la vez que desinfecta.
A veces sufrimos experiencias traumáticas que nos parecen imposibles de superar, y llegamos a creer que nunca podremos borrar las manchas que han dejado en nuestra personalidad. Sin embargo, deseo darte una buena noticia y es que contamos con alguien que obra maravillosamente pata limpiar nuestras vidas: Jesús! ¡Él es como el vinagre! Si permitimos que actúe a diario en cada una de nosotras realizará una obra extraordinaria y nos restaurará a la condición de pureza.
Recordemos que Dios permite que mediante el llamado del Espíritu sintamos la necesidad de ser limpiadas por él. Podremos alcanzar la pureza que él desea para nosotras en el momento que decidamos entregarle nuestras vidas, sellando dicho pacto mediante el bautismo y confirmándolo mediante el estudio cotidiano de su Palabra.
«El poder de una vida más elevada, pura y noble es nuestra gran necesidad. El mundo abarca demasiado de nuestros pensamientos, y el reino de los cielos demasiado poco. En sus esfuerzos por alcanzar el ideal de Dios, el cristiano no debe desesperarse de ningún empeño. A todos es prometida la perfección moral y espiritual por la gracia y el poder de Cristo. Él es el origen del poder, la fuente de la vida. Nos lleva a su palabra, y del árbol de la vida nos presenta hojas para la sanidad de las almas enfermas de pecado. Nos guía hacia el trono de Dios, y pone en nuestra boca una oración por la cual somos traídos en estrecha relación con él» (Los hechos de los apóstoles, cap. 45, p. 355).
Si sientes el deseo de bautizarte o de reconsagrar tu vida, hazlo, no rechaces la invitación del Espíritu Santo, ¡Acéptala! ¡No te arrepentirás jamás! Nadie es responsable de tu salvación, sino únicamente tú.
Toma de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Rhode Suriano Suárez
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