jueves, 8 de marzo de 2012

LA VIDA ES MARAVILLOSA

En su mano está el alma de todo viviente y el hálito de todo el género humano (Job 12:10).

Un día, mientras estaba conectada a Internet, encontré el mensaje de una amiga que hacía tiempo no saludaba. El título de su comunicación era: «La vida es aburrida».
Había conocido a mi amiga en la universidad. Para ese tiempo yo era una chica alegre y jovial. Sin embargo, me impresionó el triste concepto que ella tenía de la vida. Parecía una persona aburrida y amargada. Después de conocerla me di cuenta de que había perdido su fe y se había alejado de Dios. No estaba asistiendo a la iglesia, había dejado de tener comunión con el Señor y como resultado había perdido las ganas de vivir.
Me preguntaba qué podría hacer para ayudar a mi amiga a despojarse de aquellas ideas. Decidí establecer una buena comunicación con ella a través de mensajes de correo electrónico. Un día, mientras oraba buscando al Señor, me vino a la mente el versículo de esta mañana: «En su mano está el alma de todo viviente y el hálito de todo el género humano». No tengo la menor duda de que Dios me hizo pensar en dicho texto para que entendiera el secreto de la vida. Al saber que el Señor nos tiene en sus manos, nuestra vida adquiere un significado diferente. Elena G. de White nos dice: «Mejorar las oportunidades del presente, con corazones prontos y dispuestos, es la única manera de crecer en gracia y en el conocimiento de la verdad. Siempre debiéramos albergar la impresión de que, individualmente, estamos de pie frente al Señor de los ejércitos; no debiéramos permitir que ni una palabra, ni un acto, ni un pensamiento ofendan el ojo del Eterno [...]. Si sintiéramos que en todo lugar somos siervos del Altísimo, seríamos más circunspectos; toda nuestra vida tendría para nosotros un significado y una santidad que los honores terrenales no pueden dar» (La maravillosa grada de Dios, p. 205).
Realmente estar vivo es algo maravilloso, y lo es aún más cuando Dios es nuestro guía. Como hijas de Dios deberíamos vivir de tal forma que los demás se contagien con ese mismo gozo. Sería incoherente de nuestra parte que, siendo cristianas, fuéramos por la vida desmotivadas, quejándonos y lamentándonos, con rostros tristes. Hagamos nuestras las palabras del apóstol Pablo: «Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez digo: ¡Regocijaos!» (Fil. 4:4).

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