«Pero sin fe es imposible agradar a Dios, porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que él existe y que recompensa a los que lo buscan» (Hebreos 11:6).
En cierta ocasión, mientras Jesús discutía con los fariseos, un gobernante se le acercó, se arrodilló ante él, lo adoró y le pidió que resucitara a su hija recién fallecida. Una solicitud así era muy inusual, por lo que mostraba la desesperación del padre. Muchos le pidieron a Jesús que los sanara, pero ninguno fue tan atrevido como para pedirle que resucitara a un muerto.
Otra prueba de que se trataba de una petición extraordinaria es que, en lugar de enviar a un sirviente, el hombre se acercó personalmente Este es un ejemplo a seguir. No tenemos que confiar en las oraciones de los demás. Podemos acudir directamente a Jesús para presentarle nuestros problemas y nuestro sufrimiento, sabiendo que nos escucha y que responderá según su sabiduría.
De inmediato, Jesús dejó la discusión con los fariseos y siguió al gobernante. Además de concederle lo que pedía, quería hacerlo en su casa. Parecía una petición imposible. En aquella época no había nadie que hubiera resucitado de entre los muertos. Sin embargo, de un modo u otro, aquel jefe de la sinagoga (ver Mar. 5: 22; Luc. 8:41) sabía que, aun en sus primeros años de ministerio, Cristo cumplía la descripción del tan esperado Mesías y estaba dispuesto a arriesgar su reputación por demostrar públicamente su fe. No cabe duda de que estaba en juego la vida de su hija y que el afligido padre no podía menospreciar la posibilidad, por remota que fuera, de que Jesús pudiera devolverla a su familia.
¿No es magnífico que Jesús lea en nuestros corazones? A veces responde aun antes de que le pidamos nada. Otras, por su gran sabiduría, no nos da lo que pedimos, sino algo aún mejor. «Cuando nos parezca que nuestras oraciones no son contestadas, tenemos que aferramos a la promesa; porque el tiempo de recibir la respuesta ciertamente llegará y recibiremos las bendiciones que más necesitamos. [...] Dios es demasiado sabio para equivocarse, y demasiado bueno para negar un bien a los que andan en integridad» (El camino a Cristo, cap. 11, p. 143). Me alegro de que Dios no responda a todas mis oraciones, porque a veces pido cosas que no son lo mejor para mí. Hoy, mientras hable con Jesús, dígale que está convencido de que él hará todas las cosas por su bien. Basado en Mateo 9: 18, 23-26
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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