Entonces dijo Dios: «Hagamos al hombre a nuestra imagen, conforme a nuestra semejanza; y tenga potestad sobre los peces del mar, las aves de los cielos y las bestias,, sobre toda la tierra y sobre todo animal que se arrastra sobre la tierra». Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó (Génesis 1: 26-27).
«La vida es una manifestación del amor de Dios […] Es propiedad de Dios. Somos suyos por la creación y doblemente suyos por la redención. Recibimos la vida de él. […] Él es el Creador y la fuente de toda vida. Es el autor de l vida superior que desea que posean los seres formados a su imagen». (La fe por la cual vivo, p. 32).
Aún recuerdo cuando en la clase de geometría nos enseñaron qué es la semejanza, ilustrándola con dos triángulos equiláteros, uno pequeño y otro más grande. Los dos eran triángulos, ambos tenían ángulos iguales, pero no eran del mismo tamaño. Eran parecidos en todo, menos en el tamaño. De igual modo, nosotros fuimos creados semejantes a Dios respecto a nuestra individualidad, a nuestra capacidad de raciocinio, a nuestra libertad para actuar, pero con la gran diferencia de que no tenemos una naturaleza divina.
Dios nos ha dotado de sentidos, mediante los cuales percibimos las realidades externas y nos comunicamos. De entre todos los sentidos hay uno que para mí es el más maravilloso. Me refiero al sentido de la vista, mediante el cual percibimos nuestro entorno. Me recreo y me emociona ver, por ejemplo, un arco iris, así como todo lo que tenga color o sea brillante. Creo que Dios nos concedió ese don porque él es luz.
Si ignoro u olvido de dónde vengo, no podré conocer mi futuro. Por esta razón es necesario partir de nuestro origen con el fin de fortalecer nuestra identidad. Igualmente reafirmaremos nuestra misión y destino. Como dijo Isaías: «Mirad la piedra de donde fuisteis cortados, al hueco de la cantera de donde fuisteis arrancados» (Isa. 51:1-3).
Cuando reconocemos que hemos salido de las manos de Dios, nuestra autoestima alcanza los niveles óptimos. «Adán podía reflexionar que era creado a la imagen de Dios, para ser como él en justicia y santidad. Su mente era apta para un cultivo continuo, expansión, refinamiento y noble elevación, pues Dios era su Maestro y los ángeles sus compañeros» (Afín de conocerle, p. 15). Así como Adán, nosotros podemos encontrar nuestra imagen, nuestra identidad, nuestra elevación espiritual mediante la reflexión en Dios y en su creación.
Padre de luz, te alabamos porque eres nuestro Creador y porque nos hiciste a tu semejanza. Por eso, te agradecemos infinitamente porque somos tu obra preciosa.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Greisy de Murillo
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