Pues a sus ángeles mandará acerca de ti, que te guarden en todos tus caminos. (Salmo 91:11).
Habían transcurrido tan solo unos días de los sucesos del 11 septiembre en Nueva York y en nuestra iglesia se estaba celebrando una vigilia. Aunque el templo estaba distante de mi hogar, anhelaba buscar más de Dios durante aquellos días tan tristes, así que decidí asistir a la reunión.
La programación concluyó bastante tarde en la noche. Le pregunté a un hermano de la iglesia cómo podía llegar de vuelta a casa y él me explicó la ruta que debía tomar, pero al poco rato de estar manejando me di cuenta de que me encontraba en un lugar desconocido y muy oscuro.
Para ese entonces había identificado aquel barrio como un sitio altamente peligroso. Intentaba no ponerme nerviosa, así que iba cantando himnos de alabanza. Mi auto era bastante nuevo y por ello no me atreví a bajarme para llamar desde un teléfono público, ya que temía que me asaltaran. Tampoco contaba con un teléfono celular para comunicarme con algún familiar o amigo.
Mi desesperación iba en aumento. Estaba a punto de prorrumpir en llanto cuando elevé una oración a Dios mientras esperaba el cambio de luz en un semáforo: «Señor, estoy perdida. Te pido que tus ángeles me muestren cómo salir de este lugar». Al mirar hacia el frente vi un hermoso auto de lujo que pasó por mi lado, doblando hacia la derecha. A través de las ventanas de aquel auto se veían las cabezas de varias personas con cabellos resplandecientes. Me sentí impresionada a seguir aquel auto, pero llegó un momento en que lo perdí de vista. A los pocos minutos comencé a ver luces y me di cuenta de que estaba fuera de peligro. Una vez que llegué a casa le agradecí inmensamente a Dios por su protección y cuidado, y por haber respondido mi oración.
Al compartir este testimonio con mis familiares y amigos todos se sintieron impresionados. Me dijeron que lo sucedido había sido un verdadero milagro y daban gracias .a Dios por haberme librado de peligro. Aquella prueba aumentó mi fe y me convenció aún más de que cuando invocamos el nombre de Dios, él envía a sus mensajeros celestiales para que nos ayuden. Somos hijos de un gran Rey que nos ama con amor eterno.
Hermana, si algún día te encuentras en peligro o en alguna situación difícil no dudes en clamar a nuestro Dios, porque él enviará a sus ángeles para «que te guarden en lodos tus caminos» (Sal. 91:11).
¡Gracias, querido Padre, por esa hermosa promesa!
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
María Elena Cura
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