Tú eres mi refugio; me guardarás de la angustia; con cánticos de liberación me rodearás. (Salmo 32:7)
Todo indicaba que mi papá necesitaba ser intervenido quirúrgicamente, debido a sus problemas de salud. Pero no contábamos con los recursos para pagar una cirugía del corazón en una clínica privada y mucho menos para que le colocaran una prótesis. Así que nos trasladamos a la ciudad de Monterrey para que lo trataran en un centro público.
Papá es un hombre muy misionero. Yo sé que ese es un don que Dios le ha dado. A pesar de su enfermedad aprovechaba toda oportunidad para testificar acerca de su fe. Estar un mes en un hospital no es fácil, viendo personas que sufren y que luchan por su vida, familias preocupadas y pacientes que mueren a diario. Pero mi padre no se desanimaba: se lo podía ver en los pasillos, en la sala de visitas, o junto a la cama de otro enfermo, siempre testificando.
En aquel hospital tuvieron que prepararle una dieta especial, ya que no consume grasas, ni carne, ni azúcar y muy poca sal. Ese fue otro medio para testificar. Cierto día una de las nutricionistas de turno llegó a la habitación de papá: «Bueno, me gustaría saber quién es el señor Juan que nos hace trabajar tanto en la cocina». Todos nos reímos. Luego continuó: «Usted es adventista ¿verdad? Me doy cuenta por su estilo de alimentación».
Una madrugada, mientras dormíamos, mamá despertó y vio a alguien con sandalias que estaba parado junto a la cabecera de la cama de papá. Sus ropas eran blancas y resplandecientes. Mamá se levantó, pero el hombre dio la vuelta y salió por detrás de las cortinas. Mi madre lo siguió y únicamente pudo verlo de espaldas. Luego aquel personaje desapareció, precisamente en el pasillo donde estaba el ascensor. Mamá regresó y le preguntó a las enfermeras de guardia si habían visto pasar a alguien, o si el médico había visitado a papá. Las enfermeras le dijeron que no habían visto a nadie y que ellas eran las únicas personas que estaban en aquella planta. Entonces mi mamá entendió que el ángel del Señor había visitado a nuestro padre.
Hermana, no olvides que el ángel del Señor siempre se encuentra junto a tu cabecera cuidando de ti. Además, un olvidemos testificar acerca del amor de Jesús, en cualquier circunstancia o situación en las que nos encontremos.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Cruzy de la Cruz
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