«Así también mi Padre celestial hará con vosotros, si no perdonáis de todo corazón cada uno a su hermano sus ofensas» (Mateo 18:35).
¿Cómo tienen que ser nuestras palabras al orar por nuestros enemigos? David fue un hombre conforme al corazón de Dios en cuanto a que no vacilaba en pedir perdón. Sin embargo, a veces mostraba su débil humanidad. Pero cuando Jesús fue tratado injustamente, oró: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Luc. 23:34). ¿Cuál de los dos ejemplos piensa usted que tenemos que seguir?
He aquí una sugerencia basada en mi propia experiencia. Cuando oro por los que creo que me han hecho algún daño, sencillamente, pido a Dios que haga por ellos y sus hijos exactamente lo mismo que le pido que haga para mí y los míos.
Cuando Jacob luchó con el Señor en el río Jaboc (ver Gen. 32:24), temía encontrarse con su hermano Esaú. Al fin y al cabo, había engañado a su padre y le había robado a su hermano la primogenitura. Sin embargo, después de su encuentro con el Señor ya no sentía ningún temor porque el Señor había despertado, en ambos, el espíritu de arrepentimiento y perdón. Cuando más adelante, después de años de distanciamiento, Esaú y Jacob se encontraron lloraron y se fundieron en un abrazo.
Después de ese encuentro, no nos ha llegado ninguna información sobre cómo fue su relación.
En cambio, sí sabemos que cada uno siguió su camino, pero más felices y más bondadosos. Quizá sus respectivas formas de vida eran tan diferentes que nunca más volvieron a encontrarse. Tenga presente que el perdón no garantiza que las relaciones vuelvan a ser tan estrechas como antes. Las diferencias en la forma de vida afectan indefectiblemente a las relaciones.
A menudo es más fácil orar por enemigos que se encuentran en países lejanos que perdonar a aquellos con quienes vivimos y trabajamos y orar por ellos. No es extraño que con quienes estamos más resentidos y amargados son aquellos que están más cercanos a nosotros. El auténtico banco de pruebas de la vida cristiana es la familia. Ahí es donde tenemos que mostrar un espíritu perdonador y hacer todo lo que esté en nuestra mano para llevarnos bien, independientemente de la actitud de los demás.
Cuando todavía éramos sus enemigos, nuestro Padre celestial envió a su Hijo para que muriera por nosotros. Si en su corazón usted está resentido y amargado con alguien, ¿por qué no permite que Jesús repare ese cortocircuito y así el Espíritu Santo pueda iluminar su vida? Basado en Mateo 18:21-35
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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