«Dad a Jehová la gloria debida a su nombre; adorad a Jehová en la hermosura de la santidad» (Salmo 29:2).
Pocas veces en una fiesta se reunió tal cantidad de personajes variopintos e interesantes como en aquella de Simón. Allí estaba Jesús, el invitado de honor, sentado a la cabeza de la mesa; Simón, por supuesto, estaba sentado junto a él, así como Lázaro. También estaba Marta, atareada sirviendo a los invitados; y María, como siempre, merodeando por la sala y pendiente de todas y cada una de las palabras que decía Jesús. También había otros invitados, muchos de los cuales eran fariseos y colegas de Simón. La gente estaba asombrada de que Jesús asistiera a una fiesta en la que muchos de los presentes se oponían abiertamente a él. Sin embargo, su Padre lo llevó allí; él sabía que era por voluntad divina. Por un instante, los focos se apartan de Jesús y se centran en María, que se apoya en la pared, ansiosa por no perderse ninguna de las palabras de Jesús. En un acto de misericordia, Jesús había perdonado sus pecados y luego había sacado a su querido hermano de la tumba; el corazón de María estaba lleno de gratitud. Hacía algún tiempo había escuchado cómo Jesús mencionaba que se acercaba el momento de su muerte. Aunque no entendía cómo podía suceder, quería mostrar su profundo amor y tristeza. Si tenía que morir, porque ella creía sus palabras, siguiendo la costumbre de la época, tendría que ungir su cuerpo para honrarle.
Pero el ungüento habitual en las unciones mortuorias no era lo bastante bueno para ese Amigo tan especial. Tenía que darle el mejor. Por eso, con un gran sacrificio personal, había comprado un frasco de alabastro con un «perfume muy costoso» y lo escondió en su alcoba.
Para Jesús, solo lo mejor... Una actitud admirable. ¿Limpia la casa? Límpiela a fondo para Jesús. ¿Trabaja en una oficina? Trabaje bien para Jesús. ¿Estudia? Estudie mucho para Jesús. ¿Canta? Que sus mejores notas sean para Jesús. ‘Visitas a los enfermos y a los presos? Dé lo mejor para Jesús. Esto significará un gran sacrificio personal para usted. Dar lo mejor de nosotros mismos siempre lo es. Para el corazón que está lleno de verdadero amor por Jesucristo nada es lo bastante bueno, y aún menos demasiado, para dárselo. Ni más ni menos. Basado en Mateo 26:6-13
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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