Alegraos en Jehová y gozaos juntos; ¡cantad con júbilo todos vosotros los rectos de corazón! (Salmo 32:11).
Transitar por las calles de cualquier ciudad a determinadas horas ha llegado a ser un peligro, por eso a pocas horas de entrada la noche las vemos solitarias y vacías. Con cierta desconfianza y temor accedemos a responder si alguna persona desconocida quiere entablar con nosotros una conversación, e inconscientemente levantamos una barrera de indiferencia. Quizá no nos falten razones para hacerlo, dado que diariamente somos testigos de abusos, delitos y violaciones de nuestros derechos. A pesar de este panorama tan poco halagüeño, podemos encontrar de vez en cuando personas que están dispuestas a hacer actos de bondad y a pronunciar palabras amables.
Elena G. de White comenta: «En algunos casos, se ha tenido la idea de que la alegría no concuerda con la dignidad del carácter cristiano, pero esto es un error. En el cielo todo es gozo; y si introducimos los goces del cielo en nuestra alma y, hasta donde podamos, los expresamos en nuestras palabras y actos, ocasionaremos a nuestro Padre celestial más agrado que si somos sombríos y tristes» (El hogar cristiano, cap. 70, pp. 409-410).
Lo anterior pude comprobarlo hace poco tiempo, cuando con una amiga entré a un restaurante a desayunar. El lugar estaba lleno y las meseras corrían de un lado a otro atendiendo con dificultad los pedidos de los clientes. La señorita que nos atendió fue en extremo afable; en todo momento respondía con notable amabilidad y su rostro estaba iluminado con una sonrisa encantadora. Nos hizo sentir muy importantes y especiales e hizo lo mismo con todos los que requerían su atención. No pudimos menos que sentirnos agradecidas, y al salir se lo hicimos saber, reforzando de esa forma su buena actitud. Creo que ella influyó positivamente en nuestro estado de ánimo para enfrentar los problemas de aquel día.
«Pero si miramos el aspecto positivo de las cosas, hallaremos lo suficiente para transmitirnos ánimo y alegría. Si brindamos sonrisas, ellas nos serán devueltas; si pronunciamos palabras agradables y alentadoras, nos serán repetidas» (El hogar cristiano, cap. 70, p. 409).
Querida hermana, nosotras, como embajadoras del cielo, hemos sido llamadas a llevar mensajes de paz y gozo a todos los que nos rodean. ¿Cuántos habrá hoy que necesiten una sonrisa, un poco de nuestro tiempo o una palabra amable?
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Una cita especial
Textos compilados por Edilma de Balboa
Por Erna Alvarado de Gómez
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