La lámpara del cuerpo es el ojo. Cuando tu ojo es bueno también todo tu cuerpo está lleno de luz; pero cuando tu ojo es maligno también tu cuerpo está en tinieblas» (Lucas 11:34).
Una gran multitud rodeaba a Jesús. Si hubieran sido admiradores y creyentes, habría sido alentador, pero no eran más que curiosos. Jesús sabía qué hacía que un grupo tan grande de gente se mantuviera junto: buscaban una señal. Por eso les reveló que conocía sus pensamientos. «Esta generación es mala; demanda señal, pero señal no le será dada, sino la señal de Jonás» (Luc. 11:29).
¿Cuál era la señal de Jonás? Jonás fue arrojado al mar y permaneció en él durante tres días, tras los cuales salió vivo y predicó al pueblo de Nínive para que se arrepintiera. La experiencia de Jonás era la señal que hizo que se apartaran de sus caminos de maldad. De la misma manera, la muerte y la resurrección de Jesús, así como la predicación del evangelio a los gentiles, sería la última advertencia a la nación judía.
En el juicio, los ninivitas los condenarán porque, al fin, se arrepintieron después de escuchar la predicación de Jonás. Incluso la reina de Saba los condenará porque acudió a escuchar las palabras sabias de Salomón; no para satisfacer la curiosidad que tenía la multitud, sino para recibir información sobre el Dios verdadero y su culto.
El evangelio de Cristo es como una vela que se coloca sobre el candelero para que todos puedan verla y encuentren el camino. La vela estaba en medio de aquella generación, pero ellos estaban ciegos. Sin vista, la vela no nos hace ningún bien.
Si el ojo ve correctamente, toda la mente está llena de luz. Tenga cuidado, Jesús advirtió que los ojos de la mente no deben quedar cegados por el prejuicio y el pecado. No sea como aquellos que nunca desearon sinceramente conocer o hacer la voluntad de Dios y, por tanto, andan en tinieblas.
¿Qué otra señal necesitamos que el propio hecho de que Jesús muriera y resucitara para salvarnos del pecado? La pregunta que tarde o temprano todo el mundo debe formularse no es si Jesús murió para salvar a su pueblo de sus pecados, sino qué haremos al respecto.
Señor, abre mis ojos para que pueda ver las muchas evidencias de lo que has hecho por mí. Basado en Lucas 11:29-36
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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