Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz. 1 Pedro 2:24.
«Más aburrido que una ostra». Así se sentía James Hudson, un joven de 17 años que no sabía qué hacer ese día de vacaciones. Entonces se le ocurrió revisar la biblioteca de su padre, en busca de algo interesante que leer.
Sin mucho entusiasmo, tomó un folleto misionero. «Quizás aquí encuentre alguna historia interesante», pensó. En efecto, encontró el relato de un carbonero enfermo que creía que sus pecados no tenían perdón. Entonces unos amigos lo visitaron y le leyeron varios pasajes de la Biblia. De todos los textos, lo impresionó el que decía: «Cristo mismo llevó nuestros pecados en su cuerpo sobre la cruz» (1 Ped. 2:24). El relato dice que cuando el carbonero escuchó estas palabras, se arrepintió de su vida pecadora y tuvo la seguridad del perdón.
Entonces, algo extraño le ocurrió a James Hudson. Mientras leía el folletito, sintió que esas palabras también eran para él: «Cristo murió para que yo también pudiera ser perdonado». En ese mismo instante y lugar, James entregó su vida a Jesús.
Más tarde, le contó a su hermana Amelia de la decisión que había tomado, pero le pidió que guardara «el secreto». El caso es que la sorpresa se la llevó él cuando su madre regresó de viaje.
—Te tengo una buena noticia, mamá —dijo Jaime.
—Ya lo sé todo, hijo mío.
—¿Cómo te enteraste? ¿Te ha dicho algo Amelia?
Con una sonrisa, su madre le explicó que mientras estaba en casa de su amiga, sintió la necesidad de orar para que James entregara su corazón a Cristo. Oró hasta que tuvo la seguridad de que Dios había escuchado su petición. Lo más impresionante fue saber que ¡esa misma tarde, mientras ella oraba, James estaba leyendo el folletito misionero! (Samuel Fisk, 40 Fasánating Conversión Staries [Cuarenta relatos fascinantes de conversiones], pp. 148-150).
¿Has oído hablar de J. Hudson Taylor? Es el jovencito de la historia. El mismo que durante unos cincuenta años trabajó como misionero en la China; el mismo que cuando murió, dejó establecidas unas doscientas estaciones misioneras con más de ochocientos misioneros y miles de creyentes (Dorothy E. Watts, Pasajes poderosos, p. 127).
¡Lo que puede lograr la oración de una madre! ¡Lo que Dios puede hacer por medio de un joven que se entrega a Cristo!
Señor, te entrego mi vida. Aunque soy joven, úsame para gloria de tu nombre.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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