«Por esta razón también oramos siempre por vosotros, para que nuestro Dios os tenga por dignos de su llamamiento y cumpla todo propósito de bondad y toda obra de fe con su poder» (2 Tesalonicenses 1:11).
Hablemos un instante de la oración en público: algo que es difícil para muchos. Sin embargo, con los ojos cerrados y con los pensamientos puestos en el Señor, es posible dejar a un lado el lenguaje florido y los requiebros retóricos a la vez que se habla desde el corazón. Martín Lutero dijo: «Cuantas menos palabras tenga, mejor es la oración».
A veces, cuando oramos en grupo, descubrimos que no estamos prestando atención porque nuestra mente está planeando qué decir cuando nos llegue el turno de orar. Suena ridículo, pero quizá estemos pensando en cómo empezar la oración con palabras edificantes. Nos preguntamos cómo usar palabras grandilocuentes y que suenen espirituales. Queremos que nuestra oración sea distinta de la de quienes han orado antes que nosotros y que parezca más importante e interesante. Nuestra cabeza bulle con todo eso mientras la otra persona está orando. No se avergüence, todos somos culpables de lo mismo. Con todo, volviéndonos hacia nuestro interior y haciéndonos conscientes de nosotros mismos nos perdemos una bendición. Tendríamos que escuchar la oración de esa otra persona y unir nuestros pensamientos a los suyos. Luego, cuando llegue nuestro tumo, podremos hablar con Dios como con un amigo.
La oración en grupo incluye tanto las que se elevan en grupos reducidos de dos o tres personas como aquellas que se pronuncian una tras otra en grandes reuniones o pidiendo un voluntario. En los últimos años se ha popularizado la llamada «oración en conversación». En este tipo de oración, el director empieza una conversación con Dios y, luego, algunos voluntarios la continúan. Una característica interesante de este tipo de oración en grupo es que la persona que ora no dice «amén» cuando termina, sino que otro toma el relevo y continúa la «conversación». Todos los miembros del grupo pueden participar y orar con la frecuencia que deseen. El director suele ser quien cierra la oración y pronuncia el «amén» final.
Si se llevan a cabo correctamente, las sesiones de oración en común pueden ser una experiencia inolvidable y una ocasión en la que se refuerza nuestra relación con Dios y con nuestros semejantes.
Hasta es posible orar por teléfono con el compañero de oración. Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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