«Id pues y aprended lo que significa: "Misericordia quiero y no sacrificios", porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento». (Mateo 9:13).
Probablemente usted haya escuchado la expresión: «La iglesia no es una casa de reposo para santos, sino un hospital para pecadores». Durante años, yo no entendía lo que eso significaba. Entendía, sí, que la iglesia no es una casa de reposo. Los que queremos ser santos no tenemos que pensar en la iglesia como en un lugar al que ir, sentarse en una mecedora y dejar que los demás se ocupen de uno. Nunca tenemos que abandonar el servicio cristiano. Pero no tenía claro por qué la iglesia es un hospital para pecadores. Pensaba que significaba que si alguien quiere pecar tiene que ir a la iglesia.
Pero no se trata de eso. Quien está enfermo va al hospital para que lo cuiden y lo curen mientras está ingresado y luego vuelve a hacer vida normal. La gente no se retira a descansar en los hospitales. Un hospital no es una residencia. Todos somos pecadores y la iglesia es donde vamos a curarnos por la gracia de Jesús.
Si bien la iglesia no es una casa de reposo para santos, tampoco es un asilo para pecadores. Una de las funciones de los asilos es acoger a enfermos terminales para que pasen sus últimos días. Pero la iglesia no es un lugar donde los pecadores vienen a quedarse tal como están hasta que mueren. El evangelio de Jesús no nos salva con nuestros pecados, o a pesar de nuestros pecados, sino de nuestros pecados. (Mat. 1:21).
Cuando nos convencemos de pecado, nos damos cuenta de que no podemos continuar tal como estamos. También sabemos que Dios no excusa nuestros pecados como si no pasara nada. Dios sería débil o injusto si permitiera que persistamos en nuestros pecados. Que, al perdonar nuestros pecados, Dios nos dé una vida nueva y santa es algo magnífico. El apóstol Pablo escribió: «¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? ¡De ninguna manera! Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?» (Rom. 6:1-2).
Al fin y al cabo, tanto los que se pierden como los salvados tienen algo en común: todos son pecadores. La diferencia fundamental será que los salvados querían salir del pecado y Jesús los salvó. Los perdidos disfrutaban con el pecado y rechazaron la cura que, misericordiosamente, les ofreció Jesús. Basado en Lucas 19:1-10.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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