«Dios, oye mi oración; escucha las razones de mi boca» (Salmo 54:2).
La repetición, o el acto de repetir, es común y puede ser utilizado para conseguir un buen efecto. Principalmente, es un método de aprendizaje. Cuando estábamos en las misiones, todos mis hijos tomaron clases de piano. El método docente de sus profesores era un tanto distinto del que yo había aprendido; no obstante, era eficaz.
En lugar de practicar tres canciones cada semana, el profesor les asignaba una sola que tendrían que repetir hasta dominarla. De hecho, podían estar aprendiendo la misma canción durante dos o cuatro semanas, hasta que el profesor estaba satisfecho con la ejecución. Comprenderá que, con cuatro hijos repitiendo una y otra vez la misma canción asignada a cada uno durante cuatro semanas, yo me sintiera aliviado cuando, al fin, pasaban a otra página. Pero creo que la repetición hizo más por ellos que solo enseñarles a tocar el piano. También les enseñó a ser pacientes y a controlarse.
Sin embargo, en ningún lugar de las Escrituras se dice nada en favor de las oraciones repetitivas. En ningún lugar se nos ordena que recitemos la oración de otra persona. Hay quienes afirman que la iglesia cristiana primitiva usó oraciones repetitivas, pero no hay evidencias de que fuera una práctica generalizada hasta que, siglos más tarde, la iglesia se romanizara.
Repetir la misma oración una y otra vez puede provocar que la mente empiece a divagar. Lo que se hace con cierta frecuencia acaba por hacerse sin pensar. Tomemos, por ejemplo, el arte de hacer tejido de punto. Muchas mujeres, vayan donde vayan, llevan consigo una bolsa con hilo y unas agujas, de manera que pueden aprovechar el tiempo mientras esperan en la cola, en la parada del autobús o vigilando a sus hijos en el parque. Son tan expertas que no prestan atención a lo que hacen. Su ritmo es tal que, a medida que el hilo se va entretejiendo, las agujas van tan deprisa que casi echan chispas.
Pero la oración cristiana no debe ser confundida con la magia, que es un intento de manipular una fuente de energía para fines personales. El Dios verdadero no puede ser ni manipulado ni controlado. La creencia de que la mera repetición de una oración hace que sea más eficaz tiene más en común con la magia que con la fe bíblica.
Las fórmulas de oración nunca podrán igualar una conversación de corazón a corazón con Dios. Dios no quiere que oremos como robots. Ábrale a Dios el corazón. Basado en Lucas 18:1-8
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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