«Todo lo que te venga a mano para hacer, hazlo según tus fuerzas, porque en el seol, adonde vas, no hay obra, ni trabajo ni ciencia ni sabiduría» (Eclesiastés 9:10).
El tipo de milagro más solicitado tiene que ver con la curación de enfermedades físicas. Los curanderos populares suelen garantizar resultados basándose en el texto de Isaías 53:5: «Por sus llagas fuimos nosotros curados». Pero, en realidad, este versículo se refiere a nuestras transgresiones e iniquidades y predice el sacrificio de Jesús en la cruz por nuestros pecados. El éxito de los curanderos depende de si tienen carisma y son capaces de transmitir su confianza en sí mismos o no. Además, se apresuran a señalar que si la sanación no se produce es porque el sufriente no tiene la fe necesaria.
Con toda certeza, usted se preguntará qué pasa con Santiago 5:14,15, donde se dice: «¿Está alguno enfermo entre vosotros? Llame a los ancianos de la iglesia para que oren por él, ungiéndolo con aceite en el nombre del Señor. Y la oración de fe salvará al enfermo, y el Señor lo levantará; y si ha cometido pecados, le serán perdonados». ¿Significa esto que, si los ancianos de la iglesia lo ungen, el enfermo sanará?
Tal vez usted sepa de alguien que haya sido sanado. Pero bien sabemos que en muchos casos los enfermos no han sido sanados en ese mismo momento e, incluso, han muerto. Esto no tiene por qué significar que las Escrituras nos engañen o que la fe no fue suficiente. No alcanzamos a comprender qué sabe Dios, pero podemos estar seguros de que, a su hora, levantará a los enfermos; si bien no inmediatamente, sí será definitivo cuando suene la trompeta y los muertos en Cristo resuciten primero.
Nuestro mayor consuelo está en la frase: «Si ha cometido pecados, le serán perdonados». Jesús murió para salvarnos eternamente de nuestros pecados, no para curar nuestras enfermedades temporales. La promesa, garantizada, es que cuando un enfermo se compromete con el Señor sus pecados le son perdonados. Por tanto, aunque vaya al reposo, se le promete que en el último día será resucitado.
Nuestro Padre celestial es misericordioso. No quiere que nadie perezca. Lo maravilloso en todo esto es saber que, si lo buscamos de todo corazón, aun en el último aliento de nuestra vida, él estará ahí para responder y nos resucitará para vida eterna. Basado en Juan 4:48
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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