Balaam [...] quiso ganar dinero haciendo el mal y fue reprendido por su pecado. 2 Pedro 2:15,16.
Balaam se ganaba la vida practicando la magia y la hechicería. Sus servicios estaban a la orden de todo el que pudiera pagar por ellos. Y parece que el negocio estaba marchando viento en popa porque Balac, el rey de Moab, contrató sus servicios para maldecir a Israel.
¿Y qué era lo que tanto le preocupaba al rey de Moab?
«De Egipto ha venido un pueblo que se ha extendido por todo el país, y ahora se ha establecido delante de mí. Ven en seguida y maldice a este pueblo por mí, pues es más fuerte que nosotros» (Núm. 22: 6).
Balaam sabía muy bien que Israel era el pueblo escogido de Dios. Y también sabía que sus encantamientos de nada servirían. Pero había un problema. Al parecer, el rey de Moab conocía el lado débil de Balaam. Por eso se aseguró de que sus emisarios fueran «con dinero en la mano para pagar las maldiciones» (vers. 7). ¿Cómo respondió Balaam? «Quédense aquí esta noche, y yo les responderé según lo que el Señor me ordene» (vers. 8).
¿Necesitaba Balaam consultar a Dios? ¿Le permitiría el Señor maldecir a su pueblo? Solo en la mente de Balaam cabía semejante barbaridad, pero por amor al dinero este hombre estaba dispuesto a vender su alma. Ya conoces la historia. A la mañana siguiente informó a los emisarios que Dios no le permitía ir. Regresaron luego con más dinero. Otra consulta a Dios. Al final, se salió con la suya, pero cuando quiso maldecir a Israel, de su boca solo salieron bendiciones (ver Núm. 23, 24).
No sé si sabes cuál fue el fin de Balaam. Murió a espada en una guerra de Israel contra Madián (ver Núm. 31:8). Pero mucho antes de su muerte, ya habían muerto sus principios.
¿Qué le estás pidiendo a Dios en oración? La historia de Balaam nos enseña que cuando sabemos claramente cuál es nuestro deber, no necesitamos orar a Dios para que nos diga qué hacer. Lo que necesitamos es pedirle fortaleza y valor para llevar a cabo lo que ya sabemos que tenemos que hacer.
¿Puedes ahora mismo pedir la bendición de Dios para algunas de las cosas que estás haciendo (en tu vida privada, tus estudios, tus relaciones sentimentales, tus actividades de recreación).
Dios mío, que cuando la senda del deber esté clara, yo tenga el valor de seguirla, sin fijarme en las consecuencias.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
Dímelo de frente
Por Fernando Zabala
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