«Porque el Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos» (Marcos 10:45).
Cuando nuestro hijo menor era adolescente, su idea de una habitación ordenada no era precisamente la mía. Rara vez se hacía la cama y tenía toda la ropa esparcida por el suelo. En cierta ocasión, le había estado instando a que limpiara su cuarto y prometió que lo haría. Pero no lo hizo.
Seguí recordándoselo, pero no sirvió de nada. De hecho, parecía que cuanto más se lo mencionaba, peor se lo tomaba. Además, mi insistencia llegó a afectar nuestra relación. Mi hijo empezaba a molestarse. Me di cuenta de que el problema ya no era la habitación desordenada, sino que se había transformado en una lucha por el poder.
Era preciso cambiar de estrategia. Era preciso decidir algo. Si seguía insistiendo en el tema de la manera que lo había hecho, además de una habitación desordenada, tendría un hijo que me habría perdido el respeto. Entendí que la única manera posible de conseguir una habitación limpia y una buena relación con mi hijo pasaba por intentar algo inusual e inesperado. Algunos dirán que me dejé acobardar y me rendí como cabeza de familia. Pero, gracias a Dios, la cosa no terminó así.
Después de que mi hijo se fuera a trabajar, comencé mi nueva táctica. Fui a su habitación, hice la cama, colgué la ropa y la ordené. Esa noche, cuando regresó a casa, ninguno de los dos dijo nada al respecto.
Al día siguiente volví a ordenar su habitación, pero esta vez no fue tan difícil porque ya la había limpiado el día anterior. Cuando volvió a casa, de nuevo ninguno de los dos dijo nada al respecto.
No creerá lo que sucedió luego. Al día siguiente fui a su habitación y descubrí que él mismo la había ordenado y limpiado. Y eso fue todo. Ahora que ya es adulto, mantiene su casa limpia y en orden.
Es cierto: las acciones hablan con más fuerza que las palabras. Lo invito a recordar las palabras de Jesús: «Porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros también hagáis» (Juan 13:15). Basado en Juan 13:15.
Tomado de Meditaciones Matutinas
Tras sus huellas, El evangelio según Jesucristo
Por Richard O´Ffill
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