jueves, 31 de enero de 2013

¡AMOR ETERNO!

Nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero. 1 Juan 4:19

La mayoría de las madres sabemos que el amor que sentimos por nuestros hijos supera a los errores que cometan, sin importar cuántas veces nos defrauden. Los amamos, aun cuando experimentamos sentimientos y emociones no muy gratas hacia ellos en esas ocasiones en que nos desobedecen o desafían nuestra autoridad.
Detrás de una maternidad con desafíos siempre está el amor incondicional que sentimos por ellos. Independientemente de cómo se porten, estamos orgullosas de ser sus madres, y frente a la evidencia de una mala acción, siempre intentaremos buscar un justificante o algo que los exima de las consecuencias. Pero también sabemos que, aunque no necesitan hacer nada para ganar nuestro afecto, nos sentimos complacidas cuando nos expresan su amor en cosas simples, pero que para nosotras son de gran significado.
Cuando comparo mi amor de madre con la relación amorosa que Dios desea tener conmigo, puedo entender con más claridad su amor incondicional. Él me ama a pesar de mis desaciertos, de mi desamor y de que constantemente ignoro sus mandatos. Si bien es cierto que nada podemos hacer para granjearnos el amor de Dios, también es verdad que él se alegra cuando ve que sus hijos le rinden honor y le expresan gratitud. En el Sagrado Libro podemos leer lo siguiente: «El Señor aborrece las ofrendas de los malvados, pero se complace en la oración de los justos» (Prov. 15:8).
Te invito, amiga, a que en este día des gracias al Padre celestial, pues su amor infinito e inmutable nos alcanza dondequiera que estemos, y como estemos. Puedes sentir alivio al recordar que «nosotros amamos a Dios porque él nos amó primero» (1 Juan 4:19).
El amor de Dios es tan resistente que soporta el peso de nuestros errores. Es tan puro que limpia el pecado más negro. Es tan dulce que convierte las amarguras en alegría. Es tan profundo que toca lo más recóndito del ser. Es tan abundante que satisface todas las necesidades humanas. Es tan ardiente que ni el más vil de los pecadores lo puede apagar. Es tan sustentador que nunca deja de proveer energía espiritual. Es tan fecundo que genera vida. Es tan bondadoso que nos permite amar aun a quienes nos hacen mal. Es tan sencillo que inclusive los niños lo pueden sentir. ¡Refugiémonos en él!

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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