Cuando veo tus cielos, obra de tus dedos, la luna y las estrellas que tú formaste, digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, para que lo visites? (Salmo 8:3,4).
Cuando el salmista pensaba en la excelsa grandeza de Dios, manifestada en la obra de sus manos, y luego veía al hombre, no podía menos que preguntarse: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?».
Ni siquiera el mejor y más grande de los hombres es digno de que Dios piense en él. Por ejemplo, Isaac Newton fue uno de los científicos más grandes que jamás han existido en este mundo. Uno de sus biógrafos, Richard Westfall, escribió: «Cuanto más lo he estudiado, tanto más Newton se ha alejado de mí. He tenido el privilegio, en diversas ocasiones, de conocer a una serie de hombres brillantes, hombres a quienes reconozco sin vacilación como intelectualmente superiores a mí. Sin embargo, nunca he conocido a ninguno con el que no estuviese dispuesto a medirme, de modo que fuese razonable decir que mi capacidad era la mitad de la persona en cuestión, o la tercera o la cuarta parte, pero en todos los casos una fracción finita. El resultado final de mi estudio de Newton ha servido para convencerme de que con él no hay comparación posible. Se ha convertido para mí en otro ser totalmente diferente, en uno de un puñado de genios supremos que han modelado las categorías del intelecto humano, un hombre que, finalmente, no es reducible a los criterios con que comprendemos a nuestros semejantes».
Newton creó una base física para el universo copernicano, y la expresó en su obra maestra conocida comúnmente como los Principia [Principios]. Dicen, los que pueden entenderlo, que ese libro está hecho con tal perfección, que la humanidad lo consideró durante más de dos siglos como cercano a la palabra revelada de Dios.
Cuando el gran astrónomo Edmond Halley se refirió a los Principia, dijo: «Ningún mortal puede acercarse a los dioses». Se cuenta que el Marqués de l'Hópital, después de que un amigo le regalara un ejemplar de los Principia, preguntó con respecto a Sir Isaac: «¿Come, bebe y duerme como los otros hombres?».
A pesar de la grandeza de Newton, todavía podemos preguntar: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?». Entonces podemos valorar el supremo sacrificio que Jesucristo hizo. Aunque el hombre es un minúsculo átomo en este grandioso universo, Dios envió a su Hijo para mostrarnos su gran amor, inagotable, que contrasta con la naturaleza humana finita. ¿No crees que vale la pena aceptarlo como Señor y Salvador?
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
Cuando el salmista pensaba en la excelsa grandeza de Dios, manifestada en la obra de sus manos, y luego veía al hombre, no podía menos que preguntarse: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?».
Ni siquiera el mejor y más grande de los hombres es digno de que Dios piense en él. Por ejemplo, Isaac Newton fue uno de los científicos más grandes que jamás han existido en este mundo. Uno de sus biógrafos, Richard Westfall, escribió: «Cuanto más lo he estudiado, tanto más Newton se ha alejado de mí. He tenido el privilegio, en diversas ocasiones, de conocer a una serie de hombres brillantes, hombres a quienes reconozco sin vacilación como intelectualmente superiores a mí. Sin embargo, nunca he conocido a ninguno con el que no estuviese dispuesto a medirme, de modo que fuese razonable decir que mi capacidad era la mitad de la persona en cuestión, o la tercera o la cuarta parte, pero en todos los casos una fracción finita. El resultado final de mi estudio de Newton ha servido para convencerme de que con él no hay comparación posible. Se ha convertido para mí en otro ser totalmente diferente, en uno de un puñado de genios supremos que han modelado las categorías del intelecto humano, un hombre que, finalmente, no es reducible a los criterios con que comprendemos a nuestros semejantes».
Newton creó una base física para el universo copernicano, y la expresó en su obra maestra conocida comúnmente como los Principia [Principios]. Dicen, los que pueden entenderlo, que ese libro está hecho con tal perfección, que la humanidad lo consideró durante más de dos siglos como cercano a la palabra revelada de Dios.
Cuando el gran astrónomo Edmond Halley se refirió a los Principia, dijo: «Ningún mortal puede acercarse a los dioses». Se cuenta que el Marqués de l'Hópital, después de que un amigo le regalara un ejemplar de los Principia, preguntó con respecto a Sir Isaac: «¿Come, bebe y duerme como los otros hombres?».
A pesar de la grandeza de Newton, todavía podemos preguntar: «¿Qué es el hombre, para que en él pienses?». Entonces podemos valorar el supremo sacrificio que Jesucristo hizo. Aunque el hombre es un minúsculo átomo en este grandioso universo, Dios envió a su Hijo para mostrarnos su gran amor, inagotable, que contrasta con la naturaleza humana finita. ¿No crees que vale la pena aceptarlo como Señor y Salvador?
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