Porque les enseriaba como quien tiene autoridad, y no como los escribas. Mateo 7:29.
Revestido del manto de la humanidad, el Hijo de Dios descendió al nivel de los que deseaba salvar. En él no había ni engaño ni pecado; siempre fue puro e incontaminado; y sin embargo tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa. Al revestir su divinidad de humanidad, para poder relacionarse con la humanidad caída, trató de recuperar para el hombre lo que Adán había perdido como consecuencia de la desobediencia tanto para sí mismo como para el mundo. En su propio carácter exhibió ante el mundo el carácter de Dios; no se satisfizo a sí mismo, sino que fue por ahí haciendo el bien. Toda su historia durante más de treinta años fue de una benevolencia pura y desinteresada.
¿Nos asombra que quienes lo escucharon quedaran maravillados por sus enseñanzas? "Enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como los escribas". Las enseñanzas de los escribas y fariseos eran una repetición continua de fábulas y tradiciones infantiles. Sus opiniones y ceremonias se basaban en la autoridad de máximas antiguas y dichos de los rabinos que eran frívolos e inútiles. Cristo no abundaba en refranes débiles e insípidos y teorías humanas. Se dirigía a sus oyentes como uno que poseía una autoridad superior; les presentaba temas pertinentes, y sus apelaciones llevaban convicción a sus corazones. La opinión de todos, expresada por muchos que no pudieron guardar silencio fue: "Ningún hombre ha hablado como este".
La Biblia enseña la voluntad total de Dios concerniente a nosotros... La enseñanza de esta Palabra es precisamente lo que necesitamos en toda circunstancia en que podamos ser colocados. Es una regla suficiente de fe y práctica, porque es la voz de Dios que habla al alma, dándoles a los miembros de su familia indicaciones sobre cómo guardar el corazón diligentemente. Si se estudia esta Palabra; no leyéndola meramente, sino estudiándola, nos brinda una abundancia de conocimiento que nos permite mejorar toda dotación de parte de Dios...
Todos los que vienen a la Palabra de Dios en busca de conducción, con mentes humildes e inquisitivas, determinados a conocer los términos de la salvación, entenderán lo que dice la Escritura...
Necesitamos humillar el corazón, y con sinceridad y reverencia escudriñar la Palabra de vida porque solo los que tienen una mente humilde y contrita podrán ver la luz... El Señor habla al corazón que se humilla a sí mismo ante él.— Review and Herald, 22 de agosto de 1907; parcialmente en Comentario bíblico adventista, tomo 7A, p. 450.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
Revestido del manto de la humanidad, el Hijo de Dios descendió al nivel de los que deseaba salvar. En él no había ni engaño ni pecado; siempre fue puro e incontaminado; y sin embargo tomó sobre sí nuestra naturaleza pecaminosa. Al revestir su divinidad de humanidad, para poder relacionarse con la humanidad caída, trató de recuperar para el hombre lo que Adán había perdido como consecuencia de la desobediencia tanto para sí mismo como para el mundo. En su propio carácter exhibió ante el mundo el carácter de Dios; no se satisfizo a sí mismo, sino que fue por ahí haciendo el bien. Toda su historia durante más de treinta años fue de una benevolencia pura y desinteresada.
¿Nos asombra que quienes lo escucharon quedaran maravillados por sus enseñanzas? "Enseñaba como uno que tiene autoridad, y no como los escribas". Las enseñanzas de los escribas y fariseos eran una repetición continua de fábulas y tradiciones infantiles. Sus opiniones y ceremonias se basaban en la autoridad de máximas antiguas y dichos de los rabinos que eran frívolos e inútiles. Cristo no abundaba en refranes débiles e insípidos y teorías humanas. Se dirigía a sus oyentes como uno que poseía una autoridad superior; les presentaba temas pertinentes, y sus apelaciones llevaban convicción a sus corazones. La opinión de todos, expresada por muchos que no pudieron guardar silencio fue: "Ningún hombre ha hablado como este".
La Biblia enseña la voluntad total de Dios concerniente a nosotros... La enseñanza de esta Palabra es precisamente lo que necesitamos en toda circunstancia en que podamos ser colocados. Es una regla suficiente de fe y práctica, porque es la voz de Dios que habla al alma, dándoles a los miembros de su familia indicaciones sobre cómo guardar el corazón diligentemente. Si se estudia esta Palabra; no leyéndola meramente, sino estudiándola, nos brinda una abundancia de conocimiento que nos permite mejorar toda dotación de parte de Dios...
Todos los que vienen a la Palabra de Dios en busca de conducción, con mentes humildes e inquisitivas, determinados a conocer los términos de la salvación, entenderán lo que dice la Escritura...
Necesitamos humillar el corazón, y con sinceridad y reverencia escudriñar la Palabra de vida porque solo los que tienen una mente humilde y contrita podrán ver la luz... El Señor habla al corazón que se humilla a sí mismo ante él.— Review and Herald, 22 de agosto de 1907; parcialmente en Comentario bíblico adventista, tomo 7A, p. 450.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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