Y orando, no uséis vanas repeticiones, como los gentiles, que piensan que por su palabrería serán oídos. Mateo 6:7.
Hay dos tipos de oración: la oración de forma y la oración de fe. La repetición de frases fijas y acostumbradas cuando el corazón no siente la necesidad de Dios es una oración formal... Debemos ser extremadamente cuidadosos en nuestras oraciones de manera que hablemos los deseos del corazón y digamos únicamente lo que queremos decir. Todas las palabras floridas que tengamos a nuestra disposición no equivalen a un solo deseo santo. Las oraciones más elocuentes son palabrería vana si no expresan los sentimientos sinceros del corazón. La oración que brota del corazón ferviente, que expresa con sencillez las necesidades del alma así como pediríamos un favor a un amigo terrenal esperando que lo haga, esa es la oración de fe. El publicano que subió al templo para orar es un buen ejemplo de un adorador sincero y devoto. Sentía que era un pecador, y su gran necesidad lo llevó a un arranque de deseo apasionado: "Señor, sé propicio a mí, pecador"...
Para comulgar con Dios debemos tener algo que decirle sobre nuestra vida actual. La larga y negra lista de nuestros delitos está ante los ojos del Infinito. El registro está completo; ninguna de nuestras ofensas ha sido olvidada. Pero el que oyó las súplicas de sus siervos en lo pasado, oirá la oración de fe y perdonará nuestras transgresiones. Lo ha prometido, y cumplirá su palabra...
Después que hemos ofrecido nuestras peticiones, hemos de responderlas nosotros mismos tanto como podamos, y no esperar que Dios haga por nosotros lo que podemos hacer por nosotros mismos... La ayuda divina ha de combinarse con el esfuerzo, la aspiración y la energía humanos... No podemos ser sostenidos por las oraciones ajenas cuando nosotros mismos descuidamos la oración, porque Dios no ha hecho provisión tal para nosotros. Ni siquiera el poder divino puede elevar a una sola alma al cielo que no esté dispuesta a hacer esfuerzos por sí misma...
A medida que paso a paso ascendamos la escalera iluminada que lleva a la ciudad de Dios, cuántas veces nos desanimaremos y vendremos a llorar a los pies de Jesús por nuestros fracasos y derrotas... Pero no cesemos nuestros esfuerzos. Cada uno de nosotros puede alcanzar el cielo si luchamos lealmente, haciendo la voluntad de Jesús y creciendo a su imagen. El fracaso momentáneo debiera hacernos depender más de lleno en Cristo, y debemos proseguir con corazones valientes, voluntad firme y propósito inquebrantable.— Signs of the Times, 14 de agosto de 1884.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
Hay dos tipos de oración: la oración de forma y la oración de fe. La repetición de frases fijas y acostumbradas cuando el corazón no siente la necesidad de Dios es una oración formal... Debemos ser extremadamente cuidadosos en nuestras oraciones de manera que hablemos los deseos del corazón y digamos únicamente lo que queremos decir. Todas las palabras floridas que tengamos a nuestra disposición no equivalen a un solo deseo santo. Las oraciones más elocuentes son palabrería vana si no expresan los sentimientos sinceros del corazón. La oración que brota del corazón ferviente, que expresa con sencillez las necesidades del alma así como pediríamos un favor a un amigo terrenal esperando que lo haga, esa es la oración de fe. El publicano que subió al templo para orar es un buen ejemplo de un adorador sincero y devoto. Sentía que era un pecador, y su gran necesidad lo llevó a un arranque de deseo apasionado: "Señor, sé propicio a mí, pecador"...
Para comulgar con Dios debemos tener algo que decirle sobre nuestra vida actual. La larga y negra lista de nuestros delitos está ante los ojos del Infinito. El registro está completo; ninguna de nuestras ofensas ha sido olvidada. Pero el que oyó las súplicas de sus siervos en lo pasado, oirá la oración de fe y perdonará nuestras transgresiones. Lo ha prometido, y cumplirá su palabra...
Después que hemos ofrecido nuestras peticiones, hemos de responderlas nosotros mismos tanto como podamos, y no esperar que Dios haga por nosotros lo que podemos hacer por nosotros mismos... La ayuda divina ha de combinarse con el esfuerzo, la aspiración y la energía humanos... No podemos ser sostenidos por las oraciones ajenas cuando nosotros mismos descuidamos la oración, porque Dios no ha hecho provisión tal para nosotros. Ni siquiera el poder divino puede elevar a una sola alma al cielo que no esté dispuesta a hacer esfuerzos por sí misma...
A medida que paso a paso ascendamos la escalera iluminada que lleva a la ciudad de Dios, cuántas veces nos desanimaremos y vendremos a llorar a los pies de Jesús por nuestros fracasos y derrotas... Pero no cesemos nuestros esfuerzos. Cada uno de nosotros puede alcanzar el cielo si luchamos lealmente, haciendo la voluntad de Jesús y creciendo a su imagen. El fracaso momentáneo debiera hacernos depender más de lleno en Cristo, y debemos proseguir con corazones valientes, voluntad firme y propósito inquebrantable.— Signs of the Times, 14 de agosto de 1884.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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