miércoles, 16 de enero de 2013

PAZ EN LA TORMENTA

Sométete a Dios; ponte en paz con él, y volverá a ti la prosperidad. Job 22:21

Uno de mis himnos favoritos dice en una de sus estrofas: «Dios te puede dar paz en medio de la tormenta». Esta frase hace referencia a la tranquilidad que Dios te ofrece si confías en él cuando atraviesas pruebas y dificultades. Sin embargo, a veces me resulta difícil hacer de esta promesa una realidad en mí.
Cuando las tormentas propias de la vida en este planeta de pecado nos circundan, y tratamos de poner a flote nuestra barca, casi siempre lo hacemos con nuestros recursos personales. Creo que esta tendencia humana también se manifestó en los discípulos, quienes en la tormenta en medio del lago olvidaron que Jesús estaba con ellos. Si lo hubieran recordado a tiempo, ¡cuánta ansiedad y miedo se hubieran evitado! Finalmente, en una especie de reclamo, le dijeron a Jesús: «¡Maestro!, ¿no te importa que nos ahoguemos?» (Mar. 4:38).
Por supuesto que a Dios le importaba lo que sucediera con los discípulos, pero lo que ellos no tenían era suficiente fe, y eso les impedía gozar de la presencia del Señor y por consiguiente tener paz. Desgraciadamente, esta parece ser la forma frecuente de reaccionar de los seres humanos. En medio de las vicisitudes, agotamos todos nuestros recursos emocionales, espirituales y físicos. Es cuando estamos a punto de sucumbir cuando recordamos que Dios está ahí, en nuestra barca, dispuesto a acompañarnos durante la tormenta, y también a disiparla cuando sea el mejor momento.
¿Por qué navegar solas? ¿Por qué hacer del temor y el miedo las emociones dominantes en medio de las tempestades? ¿Por qué no recordar que la paz de Dios puede ser una vivencia real, especialmente cuando nos encontramos en dificultades?
La autosuficiencia, que es un rasgo de carácter de todos los seres humanos resultado de la separación de Dios, es la causante de que vivamos en temor y soledad. Creer que tenemos poder en nosotros mismos y no reconocer que toda la fuerza viene de Dios, son dos elementos generadores de soberbia y orgullo que nos impelen a caminar solos.
Experimentar la paz de Dios es un anhelo que debemos hacer crecer en nuestro corazón, y podrá ser realidad únicamente si dejamos que él tome el timón de nuestra barca, teniendo la seguridad de que nos conducirá a puerto seguro.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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