domingo, 20 de enero de 2013

PEGADAS POR SIEMPRE EN EL CORAZÓN

Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios. De una misma boca salen bendición y maldición. Hermanos míos, esto no debe ser así. Santiago 3:9-10

Cuando era niña podía darme cuenta del estado de ánimo de mi madre por la manera en que me llamaba. Cuando mencionaba mi segundo nombre, era señal de que yo había hecho algo malo, y de que tenía que rectificar. Su voz sonaba dura, y cada sílaba de mi nombre la pronunciaba lentamente; era en ese momento cuando yo sabía que vendría la sentencia si hacía caso omiso a lo que me estaba diciendo.
Han pasado más de cuarenta años, pero te confieso que aquellas palabras se quedaron pegadas a mi corazón, y sé que están ahí porque, cuando las recuerdo, una emoción nostálgica me hace llorar por dentro. Si cierro los ojos, puedo ver con mi alma la expresión del rostro de mi madre, y si aguzo mi oído puedo escuchar con mucha nitidez el tono de su voz, como si estuviera sucediendo hoy. Sabiamente la Escritura dice: «Por tus palabras se te absolverá, y por tus palabras se te condenará» (Mat. 12:37). Agradezco a Dios porque el recuerdo de la manera en que mi madre me hablaba, todavía me llama a la reflexión cuando voy a tomar un camino equivocado.
El habla es uno de los dones más maravillosos que Dios nos ha dado, privilegio exclusivo de los seres humanos. Nuestro modo de hablar y las palabras que decimos pueden ser como un bálsamo que trae curación al alma, o como un veneno que hiere el corazón. Un «latigazo de la lengua» puede ser tan destructivo, que es capaz de matar el buen ánimo y el deseo de mejorar de la persona que lo recibe. Puede ser tan letal que logra adormecer los sentimientos y nos vuelve insensibles y apáticas ante una amonestación dada con buenas intenciones. Por otro lado, una palabra sencilla, dicha de buena manera con el fin de alentar, llega a ser una caricia al corazón. Los «látigos de la lengua», matan. Las «caricias al corazón», dan vida.
Amiga, seamos mujeres sabias al hablar, no dejemos en el corazón de quienes nos escuchan palabras que nos califiquen como rudas, insensibles, soberbias y frías. Con la ayuda de Dios, hablemos de tal manera que en la posteridad seamos recordadas como mujeres tiernas, sensibles, comprensivas y sabias. ¿Es este un desafío para ti? Pues ten la seguridad de que Dios te ayudará a superarlo.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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