Que el Dios que infunde aliento y perseverancia les conceda vivir juntos en armonía, conforme al ejemplo de Cristo Jesús, para que con un solo corazón y una sola voz glorifiquen al Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo. Romanos 15:5-6.
Aunque hace poco cumplí cuarenta años de casada, todavía mi esposo y yo vivimos algunas cosas de modo diferente. Mi esposo goza su día libre en casa, acompañado de un libro o una buena película, pero yo prefiero pasar mi tiempo libre afuera, de paseo. Él sufre enormemente ante un plato de sopa caliente, mientras que a mí me encanta bien humeante. A mi esposo le gustan los días de sol y calor; sin embargo, a mí los días fríos me resultan hermosos y mi ánimo se siente nostálgico y romántico, ideal para estar con la familia y hacer de una tormenta un picnic en la sala de mi casa. A veces me pregunto por qué después de tantos años de vivir juntos no podemos estar de acuerdo en todo. ¿No sería lo ideal?
Las diferencias de género y de temperamento son obra del Alfarero que nos moldeó, y fueron puestas en cada mujer y en cada hombre para que nos encontráramos una junto al otro en armonía. Estas diferencias son las que enriquecen la vida, las que nos hacen depender con humildad de los demás, las que dan variedad y color a la existencia y las que hacen que la vida sea como un regalo sorpresa que hay que desenvolver cada día.
Cada persona matiza en forma diferente su personalidad. Lo hace por medio de sus opiniones, gustos y preferencias. Cómo se las arregla para enfrentar los desafíos cotidianos, y las razones que tiene para reír y llorar, ¡estas diferencias son las que le dan verdadero sabor de vida a la existencia! Y debemos aplaudir al Creador por ellas.
El grado de tolerancia y aceptación de las diferencias de nuestro prójimo dependerá de la aceptación que tengamos de nosotras mismas, y de cómo creamos que Dios nos ve. La Palabra del Señor dice: «Por tanto, acéptense mutuamente, así como Cristo los aceptó a ustedes para gloria de Dios» (Rom. 15:7).
Cuanto más contentas estamos con nuestra actuación ante Dios y los demás, tanto más pacientes y tolerantes somos con los demás y gozamos de su compañía. Por el contrario, si nos desagradamos a nosotras mismas y tenemos la certeza de que actuamos mal ante Dios, seremos personas rígidas, impacientes e intolerantes.
Esta mañana mírate en el espejo de Dios y siéntete aceptada por él. Vive con alegría.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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