La necedad es parte del corazón juvenil, pero la vara de la disciplina la corrige (Proverbios 22: 15).
En 1847, la armada de los Estados Unidos tenía un buque escuela llamado USS Somers. En ese año, bajo el mando del capitán Alexander Mackenzie, el Somers zarpó hacia África en un viaje de estudios con un buen número de cadetes abordo. Al principio del viaje todo transcurría en medio de la agradable rutina de un buque escuela. Pero pronto comenzaron a circular rumores de que se tramaba un motín.
No tardó en saberse que el cabecilla de la rebelión era el alférez Phillip Spencer, hijo del Secretario de Defensa de los Estados Unidos. Spencer y otros cadetes decidieron apoderarse del Somers y convertirlo en un buque pirata. El proyecto incluía la decisión de matar a cualquiera de los tripulantes que no se uniera al complot.
Una revisión del camarote de Phillip Spencer produjo un alud de pruebas acusadoras. Había una lista escrita en griego de los cadetes que serían eliminados. También hallaron un dibujo del Somers con una bandera pirata.
Un consejo de guerra declaró culpable a Phillip Spencer. Luego, tres días después, en una ceremonia tristísima, la tripulación colgó de los aparejos de la nave al hijo del Secretario de Defensa del país. Fue el único intento de motín que se registró en la historia de la armada estadounidense.
Una tragedia sin sentido. El hijo de un político tan importante de su nación, acusado de emprender un ataque contra la misma. Fue una tragedia, pero también una necedad.
¿Qué se proponían aquellos jóvenes? No lo sabemos, por supuesto. Tenían todo lo que la vida puede dar a un joven. Phillip Spencer lo tenía «todo». Nada le faltaba. Una de sus mayores posesiones, creo yo, era la elevada posición política de su padre, cuyos honores lo alcanzaban a él.
Ninguna de las buenas cosas que se pueden poseer en este mundo le faltaba, pero sí una de las mayores posesiones que se necesitan para vivir bien en este mundo: sabiduría, juicio y humildad. Quizá, acostumbrado a divertirse, creyó que un motín sería divertido.
No confíes demasiado en tus privilegios. Los logros de tus padres no serán suficientes cuando tengas que demostrar por ti mismo tu capacidad. Tampoco te eximirán de pagar tus errores. Acuérdate de Phillip Spencer. No olvides lo que Dios dice en su palabra: «Hijo mío, si los pecadores quieren engañarte, no vayas con ellos. [...] ¡Apártate de sus senderos!» (Prov. 1:10,15).
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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