sábado, 23 de marzo de 2013

TESORO ESCONDIDO


El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida. Juan 5:24.

Los dichos de Cristo han de ser valorados no meramente según la medida de nuestro entendimiento; han de ser considerados teniendo en cuenta la importancia que Cristo mismo les otorgó. Él tomó las antiguas verdades, que él mismo originó, y las colocó ante sus oyentes bajo la propia luz del cielo. ¡Y cuan diferente fue su representación! ¡Qué derrame de significado y luz y espiritualidad trajo su explicación!...
Los ricos tesoros de la verdad, abiertos ante el pueblo, los atrajo y encantó. Guardaban un marcado contraste con la exposición sin espíritu y sin vida de las Escrituras del Antiguo Testamento por los rabinos. Y los milagros que Jesús obró mantenían constantemente ante sus oyentes el honor y la gloria de Dios. Él les parecía un mensajero directo del cielo, porque no hablaba únicamente a sus oídos, sino a su corazón. Al presentarse con humildad, a la vez que con dignidad y majestad, como uno nacido para mandar, un poder lo acompañaba; los corazones se derretían de ternura. Se creaba un deseo ferviente de estar en su presencia, de escuchar la voz de Aquel que hablaba verdad con tal solemne melodía...
Cada milagro obrado por Cristo convencía a algunos de su verdadero carácter. Si alguien en las ocupaciones comunes de la vida hubiera hecho las mismas obras que hizo Cristo, todos hubieran declarado que tal persona obraba por el poder de Dios. Pero había quienes no recibieron la luz del cielo, y se afianzaron con mayor determinación contra esta evidencia...
No era la ausencia del honor, las riquezas y las glorias externas lo que causó que los judíos rechazaran a Jesús. El Sol de Justicia, que brillaba entre las tinieblas espirituales con rayos tan distintivos, reveló el contraste entre el pecado y la santidad, la pureza y la contaminación, y tal luz no era bienvenida entre ellos...
Las enseñanzas de Cristo, en precepto y ejemplo, eran la siembra de la semilla que luego sería cultivada por sus discípulos. El testimonio de estos pescadores habría de ser tenido como la autoridad superior por todas las naciones del mundo.— Review and Herald, 12 de julio de 1898.

Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White

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