martes, 16 de abril de 2013

DIOS DA EL PODER, TÚ EJERCES LA FE

¡Cuánto te amo, Señor, fuerza mía! El Señor es mi roca, mi amparo, mi libertador; es mi Dios, el peñasco en que me refugio. Es mi escudo, el poder que me salva, ¡mi más alto escondite! Salmo 18:1-2.

Ella en apariencia era una joven frágil. Aquejada por una enfermedad congénita, pasó buena parte de su niñez y de su juventud en hospitales y consultorios médicos. Mientras las demás muchachas de su edad hacían amistades y disfrutaban de la vida, ella permanecía aislada en su recámara, sometida a un tratamiento médico tras otro.
Cuando menos lo esperaba, surgió el amor en su vida, y contrajo matrimonio para enfrentar una de las realidades más duras que le puede tocar enfrentar a una mujer. Si intentaba ser madre, tanto su vida como la del bebé correrían peligro de muerte a la hora del parto. Acostumbrada como estaba a cobrar fuerzas en Dios, el esperado milagro se hizo realidad. El Señor la hizo madre de un hermoso niño que, a los pocos días de haber cumplido un año, enfermó y murió. Como yo misma tengo hijas a las que amo entrañablemente, puedo decir que ese es el dolor más terrible que puede enfrentar una madre. Sin embargo, en medio de su sufrimiento la escuché decir: «Dios dio, Dios quitó...».
Siempre me he preguntado de dónde pudo sacar ella tanta entereza. ¿Cómo pudo enfrentar la adversidad sin renegar de Dios? De lo que sí estoy segura es de que su fe no fue el resultado de un único momento de devoción emotiva. No, indudablemente su actitud deja entrever que se trata de alguien que mantenía una convivencia estrecha y permanente con Dios, lo que la hizo desarrollar una fe práctica e inconmovible en las situaciones pequeñas que la mantuvo firme cuando llegaron los momentos difíciles.
Sin lugar a dudas, las crisis de la vida ponen en evidencia nuestra cercanía a nuestro Señor. Cuando él está presente en todos nuestros momentos y la adversidad nos azota con crueldad, nuestra fe puesta a prueba se fortalece, permitiéndonos tomar el brazo omnipotente de nuestro Padre celestial para entonces evitar caer en el foso oscuro y lóbrego del desaliento y la amargura.
Amiga, persevera en el Señor en épocas de bonanza, para que cuando lleguen las pruebas, él te provea el poder necesario para hacer de ti una vencedora.

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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