El corazón tranquilo da vida al cuerpo, pero la envidia corroe los huesos (Proverbios 14:30).
Pocos estados de ánimo son tan dañinos para la salud emocional como la envidia. Como dice Salomón, la envidia es como carcoma, o peor, cáncer, en los huesos. Va destruyendo poco a poco al ser humano, hasta acabar con su vida. Además, le impide disfrutar las alegrías cotidianas. La envidia, como dice Baltasar Gracian, mata al que la padece, tantas veces como la persona a la que envidia reciba elogios.
La envidia es una enfermedad tan mala y contagiosa, que quien la padece nunca lo admite. Incluso reconocerse como envidioso se considera más vergonzoso que delatarse como el peor de los delincuentes. Por eso lo mejor es negarla y simular que no pasa nada. ¡Y qué decir cuando se le imputa a una persona respetable! ¡Ni pensarlo! No se puede aceptar de ningún modo.
¿Has sentido envidia hacia alguno de tus amigos? ¿Tienes envidia de tu hermano mayor porque él tiene una novia hermosa? ¿Te molesta ver a tu mejor amiga con el joven que tanto te gusta? Por si no bastara con nuestros malos deseos, la envidia tiene embajadores por todas partes y no falta quien te siembre actitudes envidiosas hacia los demás o invente algún ardid para desarrollar dicha insatisfacción en tu corazón. ¿Qué hacer cuando te das cuenta de que la envidia ha empezado a ganar espacios en tu conciencia?
En realidad, no existe defensa humana contra esta enfermedad. ¿Qué te parece? Es mucho más grave de lo que te imaginas. Solo el poder del Espíritu Santo puede salvarnos de este veneno, de este cáncer de los huesos llamado envidia. Por eso es necesario prevenir su aparición y vacunarnos a través de la oración todos los días. Y si ya hay indicios de su presencia en tu corazón, no hay tiempo que perder. Suplica al cielo que la erradique. De otra manera, la amargura, la insatisfacción y la enemistad serán los principales rasgos de tu carácter.
La buena noticia es que para Dios no hay imposibles. Él puede transformar tu corazón y convertirte en una persona que aprenda a disfrutar el éxito de los demás, alegrías ajenas y los logros de tus semejantes. Lo anterior es evidencia de madurez emocional y solidez espiritual. Entonces, te estarás preparando para vivir en el reino de los cielos, un sitio donde todos sus habitantes celebran, gozan y colaboran en la felicidad de su prójimo.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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