Tan compasivo es el Señor con los que le temen como lo es un padre con sus hijos. Él conoce nuestra condición; sabe que somos de barro. El hombre es como la hierba, sus días florecen como la flor del campo: sacudida por el viento, desaparece sin dejar rastro alguno. Salmo 103:13-16.
Las mujeres cristianas deberíamos ser las personas más corteses que existen. El evangelio práctico debe llevarnos a ser amables, consideradas, generosas y respetuosas con los demás, y esto conlleva respetar también sus ideas y su filosofía de vida, aunque no estemos de acuerdo con ellas. No tolerar, sino respetar.
Discrepar con alguien no nos da derecho a ser insolentes e irrespetuosas. La mujer cristiana representa a su maestro Cristo Jesús mediante una actitud compasiva y empática con los que están en el error y piensan de forma diferente a ellas. Esto no significa que debemos faltar a nuestro compromiso con Dios, ni tampoco que debemos aceptar nada que sea contrario a su voluntad.
La reina Ester, respetuosa de las costumbres de un país que no era el suyo, al presentarse ante el rey, como una muestra de respeto, esperó hasta que él le hubiera extendido su cetro, señal de que la escucharía. No actuó con agresividad ni violencia, aunque estaba dolida por el maltrato que su pueblo recibía. No impuso su presencia, aun sabiendo que era la esposa favorita de Asuero. Fue prudente y recatada, sabia y cautelosa, e hizo posible que la pena de muerte que pendía sobre su pueblo fuera revocada (Ester. 5).
Las almas que llevemos a Cristo, posiblemente las vamos a encontrar en los lugares más insólitos y con las ideas más extrañas. A pesar de ello, tenemos que ser de lo más respetuosas. No hemos de discutir, debatir, ni sufrir arrebatos de violencia; el mejor método es mostrarles el amor de Dios.
Podemos ser leales a Dios y a su doctrina sin pelear. Hablemos de sus enseñanzas sin despreciar el estilo de vida de los demás. Que nuestro celo por Cristo no emane de un egoísmo personal, sino más bien del sincero interés por ganar almas para el reino de los cielos.
Permitamos que la gente se acerque a nosotros, como nosotros nos acercamos a Dios: «Así que acerquémonos confiadamente al trono de la gracia para recibir misericordia y hallar la gracia que nos ayude en el momento que más la necesitemos» (Heb. 4:16).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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