Al de carácter firme lo guardarás en perfecta paz, porque en ti confía. Confíen en el Señor para siempre, porque el Señor es una Roca eterna. Isaías 26:3-4.
Los problemas nunca se detendrán, pero su magnitud la defines tú. Un mismo problema puede ser considerado como de “tamaño gigante” por algunos y “de tamaño miniatura” por otros.
¿Por qué algunas personas llevan las cargas de la vida sin llegar al agotamiento psicológico y espiritual, y otras en cambio caen fácilmente presa del desánimo y la angustia? ¿En qué radica la diferencia?
Con frecuencia oigo decir: “Estoy al límite”. Cuando esto es así, se pierde el control de los pensamientos y de los actos; quedamos a merced de los impulsos, hacemos y decimos cosas que nunca deseamos.
Muchos aseguran que la capacidad de resistencia es una cuestión de temperamento y que, frente a esto, no hay nada que hacer. Sin embargo, la fuerza interior no solo tiene que ver con eso, sino también con los recursos generados para enfrentar las crisis de la vida. Cuando, aunada a nuestras capacidades internas, sumamos la fe en Dios y en sus promesas, podemos estar seguras de que los problemas se verán en la dimensión correcta.
La promesa de Dios se cumplirá en ti de acuerdo a la medida de tu fe. En las Sagradas Escrituras leemos: “Encomienda al Señor tu camino; confía en él, y él actuará” (Sal. 37:5).
Dejar actuar a Dios en nuestros problemas significa reconocer que él tiene mil soluciones donde nosotras no encontramos ni una sola. Quiere decir también que ni tan siquiera uno de nuestros problemas le resulta ajeno; recuerda que cuando estuvo en esta tierra fue “tentado en todo de la misma manera que nosotros” (Heb. 4:15). Por último, dejar actuar a Dios es tener la seguridad de que el resultado siempre nos conducirá al cumplimiento del plan de Dios para nuestra vida.
Si hoy te sientes al límite a causa de los problemas que enfrentas, no busques soluciones, busca a Dios y él te dará la que más te convenga. Que tu petición esta mañana sea: “Envía tu luz y tu verdad; que ellas me guíen a tu monte santo, que me lleven al lugar donde tú habitas” (Sal. 43:3).
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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