A las montañas levanto mis ojos; ¿de dónde ha de venir mi ayuda? Mi ayuda proviene del Señor, creador del cielo y de la tierra (Salmo 121:1, 2).
Seguramente has escuchado alguna versión de la historia del hombre que encontró una billetera cubierta de polvo y casi irreconocible. Estaba llena de dinero que llegó a ser suyo, pues era imposible descubrir al dueño. El incidente transformó la vida de aquel hombre. Se acostumbró a fijar su vista en el camino en busca de billeteras llenas de dinero. Así se ganaba la vida, pero a qué precio. Ya no volvió a admirar las bellezas del mundo. No encontraba placer en contemplar el cielo, las nubes, ni una puesta de sol; solo miraba el barro y el polvo.
La única dirección en la que tiene que mirar un cristiano es hacia arriba. Esto es aún más cierto en nuestros días. Jesús hablaba de estos días cuando dijo que levantáramos nuestras cabezas porque nuestra redención estaba cerca. El ejemplo es Cristo Jesús. La meta, la vida eterna junto a él. La fuente de toda la ayuda y fortaleza que necesitamos es Aquel que está sentado a la diestra de la Majestad de las alturas.
Cierta noche, cuando Archibald Rutledge, naturalista y filósofo cristiano, se dirigía a su casa en su coche tirado por un caballo, lo sorprendió la peor tormenta que había visto en toda su vida. Empezó a llover a cántaros y parecía que aumentaba con cada trueno. Un rayo cayó casi junto a él, su caballo salió del camino y corrió hacia una arboleda. El coche chocó contra un árbol y Rutledge terminó en el suelo. Al sentirse libre, el caballo huyó.
Rutledge quedó allí, calado hasta los huesos, solo, sin caballo, perdido en la oscuridad, mientras la lluvia seguía arreciando. Pero en cierto momento elevó la mirada, y precisamente en ese instante una estrella solitaria se dibujó entre las nubes. Eso fue suficiente para recordarle que Dios estaba aún en el cielo. Regresó al camino, la lluvia comenzó a menguar y a corta distancia encontró su caballo. Cuando llegó a su casa, ya no llovía. Aquella mirada al cielo había restaurado su equilibrio al recordarle su relación con Dios.
Dice Blanche Kerr Brock: ‘Sigue mirando al cielo, tu Dios es aún el mismo. Sigue mirando al cielo, no fallará tu amigo. Sigue mirando al cielo, aun la nube más oscura también se Irá; sigue, sigue mirando al cielo”.
¡Qué buen consejo! Mirar, no las montañas, sino al que salva a su pueblo. Es tiempo de seguir el consejo de nuestro Señor.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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