En seguida la mujer dejó a Eliseo y se fue. Luego se encerró con sus hijos y empezó a llenar las vasijas que ellos le pasaban. Cuando ya todas estuvieron llenas, ella le pidió a uno de sus hijos que le pasara otra más, y él respondió: «Ya no hay». En ese momento se acabó el aceite. 2 Reyes 4:5-6
Las vasijas de fe fueron llenadas una a una por la mano de Dios. ¡Qué maravillosa imagen! ¡Qué maravillosa experiencia para aquella viuda y para sus hijos! Sin lugar a dudas, el resto de sus vidas estuvo marcado por aquel momento único y revelador del carácter de Dios.
Me atrevo a sugerir que, en medio de la alegría, tal vez experimentaron un poquito de culpa por no haber hecho acopio de más vasijas. Posiblemente fue la voz de la madre la que dijo: «Estas son suficientes». O quizá los hijos, cansados de correr de casa en casa, no quisieron continuar con una tarea tan agotadora. Quizás ya no había más en todo el pueblo, o Dios había considerado la cantidad exacta, al igual que conoce el número de cabellos que hay en nuestra cabeza. No importa cuál haya sido la razón, lo que importa es que, gracias a ese increíble suceso, podemos damos cuenta de que los maravillosos recursos del cielo están a nuestra disposición, y de que a veces no disfrutamos de ellos en toda su plenitud por causa de nuestra limitada fe. Nos cuesta creer sin límites y actuar sin límites para recibir la plenitud que Dios anhela para nosotras.
Puedo imaginar la angustia de aquella madre al pensar que sus hijos corrían el riesgo de tener que vivir bajo el yugo de la esclavitud de un amo implacable y vengativo. Posiblemente también, agobiada ante la posibilidad de perder las pocas pertenencias que tenía, por las noches perdía el sueño y, con gemidos que solo las mujeres sabemos emitir, pedía al Señor que interviniera. ¡Y Dios intervino!
Amiga, si vives en una condición de gran necesidad, esta mañana, antes de salir de tu recámara, cierra la puerta y di a Dios con humildad: «Señor, genera en mi interior el deseo de estar llena de ti. Limpia las vasijas de mi corazón y de mi mente y derrama en ellas el aceite del Espíritu Santo». Luego levántate con la plena convicción de que él responderá tu petición. El Señor nunca dejará tu vasija a medio llenar; su obra es perfecta y completa. Entonces, serás ungida, tus deudas quedarán saldadas y tu miseria se convertirá en prosperidad.
Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado
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