jueves, 23 de mayo de 2013

¡VAYA CUARTETO!

Cuando llegó a Jerusalén, trataba de juntarse con los discípulos, pero todos tenían miedo de él, porque no creían que de veras fuera discípulo (Hechos 9:26).

Era natural que los cristianos de Jerusalén tuvieran miedo de Saulo. Hacía poco «causaba estragos en la iglesia». ¿Quién podía creer que ahora fuese discípulo de Jesús? Algo parecido les ocurrió en el año 1999 al pastor Mark Finley y a todo el equipo de It is Written [Está escrito], el programa de televisión adventista, en la campaña ACTS 2000 en Manila. El pastor Finley relata la historia con sus propias palabras:
«Me llevaron a visitar la enorme prisión nacional de Muntinglupa, porque 47 prisioneros habían solicitado el bautismo. De ellos, 21 estaban en el corredor de la muerte. En esa prisión existe una congregación adventista de 456 miembros, fundada después de veintisiete años de trabajo laico. La sala estaba abarrotada de hombres tatuados, con grandes cicatrices y otras marcas en el rostro y los brazos. Muchos de ellos habían sido condenados por violación, asalto a mano armada y asesinato con todas las agravantes de culpabilidad.
»Pero había algo diferente en todos ellos. Ahora sus ojos y sus rostros brillaban. No parecían criminales. Ahora eran mis hermanos en Cristo. Escuché al cuarteto. Mientras cantaban, mi corazón se conmovió y las lágrimas comenzaron a fluir de mis ojos. Lloré abiertamente.
El pastor Finley cuenta que luego preguntó quiénes integraban el cuarteto. Todos habían sido asesinos.
«Un grupo de asesinos convictos, en el corredor de la muerte, esperando el cumplimiento de su sentencia humana, estaban cantando "Por nuestro Señor, unidos en verdad"».
«Después del canto prediqué un sermón sobre la gracia, el perdón y el poder de Dios para cambiar la vida. Luego salimos al exterior para el bautismo. Los prisioneros habían construido un pequeño bautisterio. Ellos entraban al agua y yo los bautizaba en el nombre del Padre, del Hijo, y del Espíritu Santo. Abracé fuertemente a aquellos prisioneros. ¡Ahora eran mis hermanos!»
La gracia de Dios todavía transforma a los perseguidores y asesinos y los convierte en predicadores, como ocurrió con Saulo de Tarso. Si aquellos excriminales volvieran a sus localidades, muy probablemente los miembros de la iglesia temerían juntarse con ellos. Pero Dios comienza y termina la obra en esos corazones, convirtiéndolos en representantes del Padre celestial, como Saulo de Tarso.
¿Estás dispuesto a que Dios comience y termine la obra que ha empezado en ti?

Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez

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