martes, 25 de junio de 2013

SIEMBRA ALEGRÍA POR DONDEQUIERA QUE VAYAS

¡Anda, come tu pan con alegría! ¡Bebe tu vino con buen ánimo, que Dios ya se ha agradado de tus obras! Eclesiastés 9:7

Mi esposo y yo teníamos la costumbre de ir a comer a un pequeño restaurante cercano a nuestra casa. Era frecuente que nos brindara sus servicios una señorita encantadora, que en todo momento mostraba una radiante sonrisa sin importar a cuántos comensales tuviera que atender. Debo confesar que muchas veces intencionalmente buscábamos la sección que ella atendía, con el único propósito de encontrarnos con ella, pues nos hacía sentir que éramos especiales.
Es posible que tú también conozcas a alguien con las mismas características, que irradia felicidad y lleva la alegría a flor de piel, contagiando a todo el mundo de un espíritu optimista. Por el contrario, también habrás conocido individuos que son la personificación de la tristeza y del pesimismo.
Expresar felicidad es un rasgo distintivo de algunas personas. Su sola presencia crea una atmósfera placentera y contagiosa. Son capaces de ver el lado agradable a la vida y tienen una disposición natural a la alegría. Sin embargo, hay otras que ensombrecen su existencia con quejas y lamentos, se regodean en relatar calamidades, y lo peor es que también ensombrecen la existencia de quienes las rodean.
Mucha gente afirma que el gozo y la alegría son disposiciones temperamentales heredadas. Sin embargo, esos son rasgos de carácter que debemos y podemos cultivar con la ayuda de Dios. Quienes poseen dichos dones son capaces de devolver, aunque sea momentáneamente, el gozo a un enfermo, suavizar las tensiones en las relaciones personales, y crear un ambiente festivo aun en medio de las peores circunstancias.
Amiga, te invito a experimentar el gozo constante que implica ser hija de Dios.
Fuiste hecha a su semejanza y eres depositaría de los mejores dones. No permitas que nada ni nadie te arrebate el deleite de vivir: ese es uno de los más deliciosos frutos del Espíritu y podrás brindarlo a los demás si vives la alegría anticipada que nos espera en la patria celestial, junto a nuestro Padre eterno.
La promesa es: “Y volverán los rescatados por el Señor, y entrarán en Sión con cantos de alegría, coronados de una alegría eterna. Los alcanzarán la alegría y el regocijo, y se alejarán la tristeza y el gemido” (Isa. 35:10).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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