miércoles, 24 de julio de 2013

DESHAZTE DEL RESENTIMIENTO Y DEL RENCOR LO MÁS PRONTO POSIBLE

Restáuranos, Señor, Dios Todopoderoso; haz resplandecer tu rostro sobre nosotros, y sálvanos. Salmo 80:19

El resentimiento implica recordar una y otra vez algún suceso o sentimiento que nos causó desazón, incomodidad o daño. Esto es algo que con el paso del tiempo se podría transformar en rencor. Ese sentimiento repetitivo puede estar dirigido a una persona o a un acontecimiento que nos causó daño o perjuicio. Puede llegar a ser tan dominante, que desgaste nuestra energía. El resentimiento hace que la vida se llene de amargura, algo que podría ser motivo de enfermedades físicas y emocionales, y hasta de la misma muerte.
Quien vive embargado por resentimientos abriga un dolor emocional tan intenso que en ocasiones da lugar a un maléfico deseo de venganza. Por supuesto, con eso nada se gana: únicamente se acrecentarán más los sentimientos negativos, haciendo que el dolor sea más intenso. El individuo se siente atrapado en la hostilidad, que será dirigida a cualquier persona o situación que le haga evocar el sentimiento primario de su dolor.
El único remedio para el resentimiento es el perdón. Esta es la propuesta de Dios para que sintamos paz y nos deshagamos de un dolor o daño que alguien nos haya infligido. Ya que el perdón es un atributo de la personalidad de Dios, nosotros únicamente podremos beneficiarnos de él mediante el auxilio divino. Dios nos ayudará a gozarnos en el perdón cuando nos demos cuenta de que el daño mayor nos lo hacemos a nosotras mismas. Asimismo debemos entender que al perdonar a otros, tendremos acceso al perdón de Dios.
El segundo paso en este proceso sanador consiste en permitir que Dios se haga cargo de nuestras afrentas. Por último, hay que aceptar que la persona que nos ha ofendido ha sido arrastrada por una corriente de mal, y que necesita urgentemente la misericordia y la gracia salvadora de Dios.
Una vez que implementemos el perdón en nuestras vidas podremos levantar el rostro para mirar de frente al mundo sin la vergüenza de haber sido una piedra de tropiezo en la vida de un semejante. Esto te llenará de una sana alegría y podrás disfrutar de la vida sin cargas que enferman el alma. Podrás exclamar llena de confianza, como el salmista: “Por amor a tu nombre, Señor, perdona mi gran iniquidad” (Sal. 25:11).

Tomado de Meditaciones Matutinas para la mujer
Aliento para cada día
Por Erna Alvarado

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