“Y serás llamado reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar. Isaías 58:12.
Podemos regocijarnos en que el mundo no ha sido abandonado a una impotencia sin esperanza. Jesús dejó el Trono real y su alto mando del cielo y se hizo pobre, para que por su pobreza fuésemos enriquecidos. Tomó sobre sí nuestra naturaleza, a fin de enseñarnos cómo vivir. En los pasos que el pecador debe dar en la conversión -el arrepentimiento, la fe y el bautismo-, él nos dio el ejemplo. No se arrepintió por sus pecados, porque no los tenía, pero lo hizo en nombre de los pecadores.
Jesús se convirtió en el “reparador de portillos, restaurador de calzadas para habitar”. Se convirtió en un exiliado en la tierra para traer de regreso a la oveja perdida y errante, el único mundo arruinado por el pecado. En él se combinaron lo terrenal y lo celestial, lo humano y lo divino; de otra manera, él no podría ser un Mediador a quien los pecadores pueden acercarse, y por medio del cual puedan ser reconciliados con su Hacedor. Pero ahora él rodea a la humanidad con brazos de simpatía y de amor mientras se aferra del Trono del infinito, uniéndonos de ese modo, en nuestra debilidad e impotencia, con la Fuente de fortaleza y poder…
Estamos endeudados con Jesús por todas las bendiciones que disfrutamos.
Debemos estar profundamente agradecidos por ser los objetos de su intercesión.
Pero Satanás engaña a hombres y mujeres cuando presenta ante ellos el servicio de Cristo bajo una luz falsa, y al hacerlos pensar que para ellos sería una humillación aceptar a Jesús como su Redentor. Si percibimos el privilegio cristiano bajo la luz apropiada, debiéramos considerar ser contados como hijos de Dios, herederos del cielo, como la más elevada exaltación…
¿Dejará usted las oscuras moradas del pecado y el dolor, y buscará las mansiones que Jesús fue a preparar para sus seguidores? En su nombre lo instamos a plantar sus pies firmemente en la escalera y subir. Abandone sus pecados, venza sus defectos de carácter y aférrese con todas sus fuerzas de Jesús, el camino, la verdad y la vida. Todos podemos triunfar. Nadie que persevere perderá la vida eterna. Los que creen en Cristo no perecerán; ni nadie los arrebatará de su mano —Signs of the Times, 31 de julio de 1884.
Tomado de Meditaciones Matutinas para adultos
Desde el Corazón
Por Elena G. de White
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