Si alguien afirma: “Yo amo a Dios”, pero odia a su hermano, es un mentiroso; pues el que no ama a su hermano, a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quien no ha visto (1 Juan 4:20).
En su libro Vestiduras de gracia, Tim Crosby dice: “En la práctica, ¿qué significa amar a nuestros hermanos? ¿Sentir algo en nuestros corazones, o hacer que ellos lo sientan?
Creo que no importa para nada lo que sintamos por ellos. Usted puede amar a personas que no le agradan. El amor es un principio y si usted ama motivado por un principio, los sentimientos surgirán”.
Luego el mismo autor cita a C. S. Lewis: “No pierdas el tiempo pensando si ‘amas’ a tu prójimo; actúa como si esto fuera un hecho. Tan pronto como lo hagamos, descubriremos un gran secreto: cuando te comportas como si amaras a alguien, llegarás a amarlo de veras”.
La novela Los miserables, de Víctor Hugo, relata una impresionante historia de amor.
Jean Valjean, el protagonista, acaba de purgar veinte años de prisión por robar una hogaza de pan. Cumplió su condena y al salir libre encuentra misericordia y hospitalidad en la casa del obispo, a quienes los ciudadanos llaman “Monseñor Bienvenido” porque es muy bueno.
Pero lo vencen los vicios adquiridos en prisión y le roba al obispo unos cubiertos de plata. Un policía lo detiene y Valjean dice que el obispo se los había regalado. El policía lo lleva ante el obispo y allí Valjean se dispone a escuchar las palabras que lo llevarán a prisión de por vida. Pero nada en la vida lo había preparado para escuchar lo que declara el obispo:
“Por supuesto que lo obsequié con esos objetos. Pero, un momento, olvidó lo de más valor.
Olvidó tomar los candelabros de plata”. Hacía un instante lo esperaba la prisión; ahora, la libertad y la abundancia.
Antes de despedirse, el obispo le dijo: “Hermano Jean, jamás olvides este momento.
Con este acto he comprado tu vida para Dios. Ya no te perteneces. De ahora en adelante eres propiedad de Dios”.
Mediante ese acto de misericordia la vida de Jean Valjean se convierte en una expresión de amor. Cumple lo que le ha prometido a una agonizante prostituta. Se dedica a criar a la hija de aquella infeliz, llamada Cosette. Tal vez sea cierto lo que dice la obra musical del mismo nombre: “Amar a alguien es contemplar el rostro de Dios”.
Tomado de Meditaciones Matutinas para jóvenes
¿Sabías que..? Relatos y anécdotas para jóvenes
Por Félix H. Cortez
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