Da lo mejor que tienes y llegarás a ser lo máximo que puedas ser. Ralph Marston
Los hijos de una mujer cristiana observaron con preocupación que su madre llevaba siempre el mismo viejo y desgastado abrigo a dondequiera que iba, tanto reuniones familiares como eventos sociales que requerían mejor presencia. Así que le regalaron un abrigo nuevo, más digno de ella y apropiado para cualquier circunstancia.
Durante el siguiente encuentro familiar, los hijos se fijaron en que su madre llevaba nuevamente el abrigo viejo, y le preguntaron: “¡Por qué no te has puesto el abrigo nuevo?” Ella contestó: “Porque una mujer pobre llamó a mi puerta y, cuando vi su chaqueta rota, se lo di”. “¿Pero por qué no le diste este abrigo en lugar del nuevo?”, insistieron. “Porque debemos dar lo mejor que tenemos”.
Dar lo mejor de nosotras, no entregamos a medias, es el camino al crecimiento espiritual. Porque es compartiendo nuestro propio pan con el hambriento -no el que nos sobra, sino el de nuestra mesa- como nace la luz del alba en nuestra vida; es recibiendo al sin techo en nuestra propia casa -no dándole unos dólares para que se busque la vida en la calle- como nuestras heridas sanarán muy pronto; es vistiendo al desnudo con nuestra propia ropa -no solo con la que otros depositan en ADRA ni con la que ya no queremos- como la gloria de Dios nos seguirá a cada paso; es no dejando de socorrer a nuestros semejantes sino saliendo activa y premeditadamente al encuentro de sus necesidades como llegaremos a convertimos en un manantial al que no le falta el agua. No lo digo yo, es la promesa divina dejada para nosotros en Isaías 58:6-11.
No hay nada que nos empequeñezca más como seres humanos que retener aquello que estamos en capacidad de dar para ayudar a los demás. En realidad, si lo pensamos bien, nuestras posesiones no son sino préstamos que nos ha hecho el cielo para que podamos ministrar a los necesitados, tomando el testigo de la obra que el propio Jesús hizo cuando estuvo en esta tierra. Teresa de Calcuta decía a sus colaboradores: “No tengo necesidad de que me den sus sobras; no quiero que me den lo que no necesitan. Lo que quiero es su amor y su bondad”. Es una buena máxima por la que vivir, ¿no te parece?
“El ayuno que a mí me agrada consiste en esto: […] en que compartas tu pan con el hambriento y recibas en tu casa al pobre sin techo; en que vistas al que no tiene ropa y no dejes de socorrer a tus semejantes” (Isa. 58:6-8).
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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