No hay campo de acción más importante que el señalado a los fundadores y protectores del hogar. Elena de White
Por aquellos días en que los faros funcionaban con lámparas de aceite, había un farero que lograba mantener su llama ardiendo gracias a los suministros que recibía una vez al mes. Una noche, aquel farero recibió la visita de una mujer que necesitaba aceite para calentar a su familia, y él se lo proveyó. Otra noche un vecino le pidió aceite para lubricar una rueda, y él se lo cedió. A la noche siguiente, otro vecino necesitó aceite para sus propias lámparas, y se lo regaló. Petición tras petición, al farero le parecían todas legítimas, así que no se atrevía a decir que no. Antes de finalizar el mes, el faro se apagó, pues se había terminado la reserva de aceite. Lamentablemente, unos cuantos barcos se estrellaron contra la costa.*
¡Quién pudiera suplir todas las necesidades del mundo! ¡Quién pudiera complacer a todas las personas que se acercan a nosotras, y no tener que decir nunca que no! Pero así no es como funcionan las cosas. Lo cierto es que hemos de estar bien centradas en nuestra propia misión y bien pendientes de nuestra propia reserva espiritual. Así como la misión del farero no es suministrar aceite a particulares sino impedir que los barcos choquen contra la costa, tú y yo debemos tener claro cuál es nuestro primer campo misionero en la vida, ese al que no podemos fallarle, y ceñimos a lo que Dios requiera de nosotras para llevarlo a cabo con éxito.
¿Soy esposa? Entonces he de edificar mi relación matrimonial, recordando que “el hogar es el primer campo misionero al que he sido llamada a trabajar” (El hogar cristiano, cap. 32, p. 189). ¿Soy madre? Entonces he de criar a mis hijos con paciencia y visión de futuro, teniendo siempre bien presente que “esas preciosas plantas de mi jardín exigen mi primer cuidado” (ibíd.).
Querida amiga, consideremos cuidadosamente nuestro camino, la obra que Dios pone delante de nosotras, y centrémonos en ella. Bajo ningún concepto pongamos en peligro el cumplimiento fiel de nuestra primera responsabilidad en la vida desperdiciando nuestra reserva de aceite en afanes que nos impedirán alumbrar nuestra propia casa. Esa pequeña llama del hogar cristiano será en sí misma un faro que conduzca a quienes lo ven a la verdadera fuente inagotable de aceite.
“Vayan a los que venden aceite, y compren para ustedes mismas” (Mat. 25:9, NVI).
*Max Lucado, Como Jesús (Miami: Editorial Caribe, 1999), p. 86.
Tomado de Lecturas Devocionales para Damas 2016
ANTE TODO, CRISTIANA
Por: Mónica Díaz
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