“Cuando llegó la noche de aquel mismo día, el primero de la semana, estando las puertas cerradas en el lugar donde los discípulos estaban reunidos por miedo de los judíos, llegó Jesús y, puesto en medio, les dijo: ‘¡Paz a vosotros!’ Juan 20:19
En el pueblecito chileno de Angol, la familia y los amigos de Feliberto Carrasco, de 81 años, se reunieron para su velatorio. Allí, los recuerdos y las lágrimas fluían con profusión sobre su amado padre, abuelo y tío, ahora ataviado en su mejor traje y yaciente e inmóvil en su ataúd. Uno de los sobrinos estaba sentado en un lateral de la habitación mientras los presentes hablaban unos con otros. Miró hacia donde yacía su tío. Por alguna razón, le dio la impresión de que su tío le devolvía la mirada. “Yo no podía creerlo”, dijo después al periódico local. “Pensé que tenía que estar equivocado, y cerré los ojos. Cuando los volví a abrir, mi tío estaba mirándome [aún]. Empecé a gritar y corrí a buscar algo para abrir el ataúd y sacarlo”.
¡Y vaya que si lo sacaron! Cuando ayudaron al caballero de 81 años a salir del ataúd ante las aclamaciones y las lágrimas de su estupefacta familia y de sus amigos, pidió tranquilamente un vaso de agua. Más tarde, la emisora local de radio anunció una rectificación al fallecimiento de Carrasco, diciendo que ¡la noticia había sido prematura!
¡Imagínate la enorme congoja del aposento alto convertida en gozo cuando Jesús, de repente, apareció en medio de sus afligidos amigos! Pese a que su primera palabra fue Shalom, el relato de Lucas es meridiano: “Entonces, espantados y atemorizados, pensaban que veían un espíritu” (Luc. 24:37). Porque los hijos de la tierra conocen la amarga verdad: los difuntos no vuelven a la vida. De ahí que vivamos con la ominosa congoja de nuestra propia desaparición inevitable.
Pero el Dios de la creación se convirtió en el Señor de la salvación, y cuando gritó sus palabras finales -“¡Consumado es!” (Juan 19:30)-, el universo supo, si no el mundo, que al fin se había encontrado un antídoto al veneno satánico de la muerte. “Así que, por cuanto los hijos participaron de carne y sangre, él también participó de lo mismo para destruir por medio de la muerte al que tenía el imperio de la muerte, esto es, al diablo, y librar a todos los que por el temor de la muerte estaban durante toda la vida sujetos a servidumbre” (Heb. 2:14,15). Por la resurrección de Cristo -pasa la noticia, ¿quieres?- la muerte está acabada, realmente, acabada de verdad, lo que solo puede querer decir que aquellos a los que hemos amado profundamente y enterrado con ternura también saldrán de sus ataúdes y sus urnas, como hicieron Carrasco y Cristo.
Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
#ElSueñoDeDiosParaTi #MeditacionesMatutinas #DevocionMatutinaParaAdultos #vigorespiritual #plenitudespiritual #FliaHernándezQuitian
No hay comentarios:
Publicar un comentario