Compañero soy yo de todos los que te temen y guardan tus mandamientos. Salmo 119:63.
Una y otra vez los israelitas regresaban a sus viejos caminos de inclinarse ante los ídolos. Dios no podía protegerlos cuando hacían esto, así que permitía que los paganos los gobernaran. Nuestra historia de hoy comienza con los filisteos habiendo controlado a los israelitas durante cuarenta años.
En esa época, nació un bebé a quien Dios pretendió utilizar de una manera muy especial. Antes de su nacimiento, un ángel instruyó a la madre no solo acerca de su propia dieta, sino también de la del niño.
Cuando el pequeño Sansón creció, sus padres notaron que era mucho más fuerte que otros niños de su misma edad. Ellos sabían, como también lo sabía Sansón, que no era a causa de sus grandes músculos. Sansón había sido dedicado al Señor como nazareo y, como símbolo de esta promesa, nunca tenía que cortarse su cabello.
Sansón era tan fuerte que podía matar a un león solo con sus propias manos, arrancar el portón de entrada a una ciudad y llevarlo, romper cuerdas nuevas como si fueran un solo hilo, y matar a mil hombres con nada más que una quijada de asno. Pero, a pesar de todas estas proezas, había algo muy malo con respecto a Sansón que todos los músculos en el mundo no podían corregir. En algunos aspectos importantes era un debilucho, porque siempre quería seguir su propio camino.
Este tipo de persona tiene la tendencia a elegir amigos equivocados, y Sansón lo hizo. En efecto, su última novia lo entregó a los filisteos, quienes lo llevaron como prisionero y le arrancaron sus ojos.
Sansón no se había alejado de Dios de una sola vez: fue poco a poco. El Señor lo había tolerado por mucho tiempo, pero cuando Sansón le contó a Dalila el secreto de su cabello largo, entonces Dios no pudo ayudarlo más. No había nada en el cabello que le diera fuerzas, pero cuando sacrificó el símbolo de su lealtad a Dios, a fin de seguir su propio camino, entonces “perdió también para siempre las bendiciones que representaba” (Patriarcas y profetas, p. 6ll).
Fue mientras estaba ciego y haciendo el trabajo de un animal para los filisteos que se vio a sí mismo como un pecador, y vio a Dios. Su vida en esta Tierra terminó tristemente cuando derribó las columnas de un gran salón, matándose a sí mismo y a una gran multitud de filisteos.
Sin embargo, como se arrepintió y aceptó el sacrificio de Cristo, podemos esperar encontramos con Sansón en el cielo.
Tomado de devoción matutina para menores 2016
¡GENIAL! Dios tiene un plan para ti
Por: Jan S. Doward
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