domingo, 26 de junio de 2016

COMPLACIDOS CON DEMASIADA FACILIDAD

“Antes bien, como está escrito: ‘Cosas que ojo no vio ni oído oyó ni han subido al corazón del hombre, son las que Dios ha preparado para los que lo aman’ 1 Corintios 2:9

En el pueblo donde vivo, ¡es uno de nuestros vecinos favoritos! Después de todo, ¿a quién no le gusta tener por vecino a un hombre que puede tomar un pincel y transformar una paleta de colores pegajosos en un impresionante panorama? Simplemente pregunta a la gente del Museo Nacional del Aire y del Espacio de la Institución Smithsonian, sito en Washington, D.C., donde el imponente lienzo del paisaje lunar, obra de Nathan Greene, adorna una de las paredes de la exposición. He tenido el privilegio de que el prodigioso arte de Nathan adorne las tapas de cuatro libros que he escrito. Y colgado junto a la puerta de mi despacho de iglesia está su conmovedora representación, titulada “Intercediendo siempre”, de Jesús postrado en oración sobre la curvatura de la Tierra.
Pero una de las obras de arte más populares de Nathan Greene es la titulada “El León y el Cordero”. Una de mis feligresas eligió ese lienzo como un regalo en recuerdo de su esposo, y ahora está colgado donde todos pueden verlo junto a un lugar de paso muy transitado en la Iglesia Pioneer Memorial. Nathan ha imaginado una escena futura del cielo, en la que el amigable Jesús está rodeado de niños, con una niñita sentada en sus brazos y apoyada en su pecho. A los pies del Salvador está echado un enorme león; ¡menudo minino! Y al lado de ese rey de la selva se encuentra un rizoso cordero negro. “No harán mal ni dañarán en todo mi santo monte” (Isa. 11:9).
El cielo. Como nos recuerda nuestro texto de hoy, es simplemente imposible que nuestra mente finita y caída abarque, y menos que visualice, las glorias de ese paraíso que Dios tiene reservado para sus elegidos, sus amigos de esta tierra. Pero, aunque lleve nuestra imaginación hasta su límite más elevado, nunca debemos permitir que lleguemos a volvernos tan cínicos con los paisajes rotos y las atracciones de pacotilla de este mundo que acabemos cambiando la esperanza del cielo por la miserable inmediatez de los mismos.
C. S. Lewis se preguntó un día por qué no nos ocupamos más en la absolutamente gloriosa esperanza del cielo: “Si consideramos las promesas de recompensa, dichas con tal falta de rubor, y la naturaleza pasmosa de las recompensas prometidas en los Evangelios, parecería que nuestro Señor encuentra nuestros deseos no demasiado fuertes, sino demasiado débiles. Somos criaturas tibias, que hacen el ridículo con la bebida, el sexo y la ambición cuando se nos ofrece gozo infinito, como un niño ignorante que quiere seguir haciendo pasteles de barro junto a una choza porque no puede imaginarse qué significa el ofrecimiento de unas vacaciones junto al mar. Se nos complace con demasiada facilidad” (The Weight of Glory, p. 4). ¿No es así?

Tomado de Lecturas devocionales para Adultos 2016
EL SUEÑO DE DIOS PARA TI
Por: Dwight K. Nelson
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