“Cuando venga el Hijo del hombre, ¿hallará fe en la tierra?” (Luc. 18:8).
Una vez más me encontraba en el autobús, con ocho interminables horas por delante antes de llegar a la ciudad en la que trabajaba. Venía de regreso de un día festivo, durante el cual mi esposo y yo habíamos estado en la casa de unos amigos, en el Brasil. Había sido maravilloso volver a verlos y pasar algún tiempo con ellos, pero ahora era el momento de volver a mi vida cotidiana.
Poco después de que subimos al autobús, me di cuenta de que el asiento de al lado estaba ocupado por un hombre alto y fuerte. Y pensé: “¿Cómo voy a pasar la noche al lado de este hombre tan grande?” La verdad es que juzgué mal al joven porque, para mí, tenía una mirada tenebrosa.
Después de una hora de viaje, el autobús tuvo un problema mecánico y tuvimos que parar junto a una estación de policía, para tomar otro autobús. Yo dormí mientras esperábamos. Dos horas más tarde, el otro autobús llegó. Nos subimos a él y encontramos nuestros asientos. Me preocupaba el retraso, porque tenía que empezar a trabajar a las siete de la mañana, y entonces comencé a hablar con mi compañero de asiento. Hablamos de nuestras profesiones, de religión y, por último, de nuestra experiencia espiritual. Estaba impresionada con la trayectoria espiritual del joven, con sus conflictos personales y con su sinceridad. Se tomaba su relación con Dios muy en serio, reflexionaba sobre sus errores y buscaba la dirección divina. Era una oveja errante que buscaba la guía del Pastor. Me sorprendió encontrarme a mí misma hablando con un hijo de Dios que todavía estaba buscando al Señor.
Compartí con él un poco de mi propia conversión, y lo animé a no darse por vencido. Al final de nuestra conversación, me dio las gradas y me dijo que lo había ayudado mucho. Sin embargo, sentí como si yo hubiera sido la bendecida. Una vez más, Dios me recordó que él puede encontrar fe donde menos lo esperamos. En silencio, alabé a Dios por el recordatorio de que sus ovejas están en todas partes, y que debemos ser conscientes de ello. También le pedí perdón por hacer juicios de valor apresuradamente, por haber llegado a conclusiones acerca de mi compañero de asiento basándome en las apariencias.
A la mañana siguiente, me bajé antes de la parada final del autobús. Mi joven compañero de asiento estaba durmiendo, y no quise despertarlo. Al tomar mi bolso, pedí a Dios que continuara guiando a aquel muchacho, y a otros, a la seguridad de su redil, hacia el descanso y la paz. Y le di gracias por estar siempre dispuesto a hacerlo.
lani Dias Lauer-Leite
Tomado de lecturas devocionales para Damas 2017
VIVIR EN SU AMOR
Por: Carolyn Rathbun Sutton – Ardis Dick Stenbakken
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