“Toda la multitud adoraba, los cantores cantaban y los trompeteros tocaban las trompetas; todo esto duró hasta consumirse el holocausto. Cuando esto se terminó, se inclinó el rey, y todos los que con él estaban, y adoraron” |2 Crón. 29:28, 29).
Acaz, como rey de Judá, cometió malas acciones ante los ojos de Dios. Cerró las puertas del Templo para impedir la adoración al Dios verdadero. Ezequías, su hijo, lo primero que hizo al comenzar a reinar fue ordenar que se abrieran de nuevo las puertas y que se restaurara el Templo: “¡Oídme, levitas! Santificaos ahora, y santificad la casa de Jehová, el Dios de vuestros padres; y sacad del santuario la impureza” (2 Crón. 29:5).
Dos semanas más tarde, los sacerdotes y los levitas habían limpiado y ordenado todo. Entonces, el rey se arrodilló junto con todos los presentes y adoraron al Altísimo. Los levitas entonaron cantos de alabanza. Se daban cuenta de lo bueno que era ponerse de nuevo del lado del Señor. Llenos de gozo, llevaron ofrendas y realizaron grandes festejos, comieron juntos, cantaron y alabaron a Dios.
El rey envió mensajeros a que fueran por todo Israel para pedir a los israelitas que se volvieran a su Dios compasivo y misericordioso, y que renovaran su compromiso con él. Tristemente, la mayoría de los israelitas no quiso saber nada del asunto. Se burlaron de los mensajeros y los ridiculizaron. Unos pocos recapacitaron, y decidieron ir a Jerusalén para celebrar junto con sus hermanos la fiesta de la Pascua.
Jerusalén estaba llena de gente. Pero muchos visitantes no se hablan preparado adecuadamente para el culto de adoración. Ezequías oró entonces, diciendo: “Jehová, que es bueno, sea propicio a todo aquel que ha preparado su corazón para buscar a Dios, a Jehová, el Dios de sus padres, aunque no esté purificado según los ritos de purificación del santuario” (2 Crón. 30:18, 19). Dios escuchó su oración, pues vio que eran sinceros y querían agradarlo.
Podemos imaginar el gozo que nuestro Padre celestial tuvo al ver cómo su pueblo restituía el culto de adoración en el Templo. Por fin, un rey valiente como Ezequías se puso de parte de Dios. Cuán contento estaría el Señor si, hoy, quienes profesamos ser cristianos dejáramos los hábitos pecaminosos y nos volviéramos a él, para adorarlo como se merece. Adoremos en este día a Dios con nuestras propias vidas.
FUENTES DE VIDA
Por: David Javier Pérez
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